El resentimiento contra los derechos humanos

El Ágora

    •    “Me he percatado con frecuencia de que existen muchas personas que, insertas o no en el ámbito jurídico, demuestran a priori un desprecio o resentimiento considerable en la materia…”


A través de mi recorrido profesional he tenido la oportunidad de charlar en diferentes foros y espacios acerca de cuestiones relacionadas con los derechos humanos. Algunas veces, por ejemplo, me ha correspondido fungir como capacitador de elementos de policía y de personal de seguridad pública, amén de mi labor como profesor de licenciatura y posgrado.

Además, naturalmente, me encuentro todavía del otro lado del aula, en calidad de estudiante; bajo la premisa de que uno no es, ni de lejos, poseedor de la verdad absoluta, de manera que conservo mi deseo por aprender continuamente, dando margen al error y al crecimiento.

Más allá de lo anterior, los derechos humanos también aparecen en contextos completamente ajenos a lo académico, ya sea en redes, medios de comunicación tradicional e incluso en conversaciones de la vida cotidiana, pues se trata de una cuestión que llama poderosamente la atención de diversos sectores sociales.

En ese sentido, me he percatado con frecuencia de que existen muchas personas que, insertas o no en el ámbito jurídico, demuestran a priori un desprecio o resentimiento considerable en contra de los derechos humanos.

Me refiero a frases como, “los derechos humanos solamente sirven para proteger a los delincuentes”; “los derechos humanos confunden libertades con libertinaje”; “¿por qué se tiene que dar -privilegios- a las mujeres, indígenas o miembros de la comunidad LGBTTTIQ por encima de las mayorías?”; “en mis épocas no existía el bullying, todo lo arreglabamos a golpes y no pasaba nada” o; “¿por qué va a venir -el gobierno- a decirme que no puedo corregir a mis hijos con un golpe -bien ganado-? Y así, como esos, he escuchado otros tantos lugares comunes que dan cuenta de un profundo sentir en contra de los derechos y libertades.

No intentaré dar respuesta puntual a cada planteamiento arriba mencionado, pues el espacio no me lo permitiría. Sin embargo, hay algunas reflexiones que pienso son importantes.

Primeramente, considero que el hecho de que tanta gente no esté “de acuerdo” o que “ataque” a los derechos humanos, en la amplitud de su concepto, denota más bien el rechazo o reprobación por la labor de un Estado como el mexicano, que a lo largo de décadas no ha sabido instrumentar una política pública verdaderamente integral en la materia. Es una problemática latente, que de cuando en cuando hace erupción y nos hace sentir que el país pende de un hilo.

Sería equivocado, entonces, que aquellos que se “dedican” a los derechos humanos pretendiesen  zanjar la discusión desde una posición petulante y soberbia, achacando las expresiones comentadas al mero desconocimiento de su emisor. No obstante, eso sucede a menudo.

Hay que saber que el asunto es mucho más complejo. ¿Habrá individuos o grupos que con toda conciencia estén ideológicamente en contra de los derechos humanos?, sí, seguramente. Pero también habrá muchos que creen estar en contra de los derechos, cuando en realidad, sin advertirlo, lo que reclaman es la pobre respuesta oficial ante la precariedad, la inseguridad y la violencia provocadas, entre otros factores, por la sumisión a una política económica global de abusos y despojos.

Efectivamente, creo que en el México de hoy sigue haciendo falta buena difusión y sensibilización acerca de los derechos humanos. Lo que toca, por tanto, es que las instituciones y  quienes de alguna u otra forma sentimos cercanía con el tema, dejemos de teorizar (cómoda e idílicamente) sobre los derechos humanos a partir de la metafísica de la dignidad humana y que empecemos a fijarnos en la materialidad de las desigualdades estructurales que dañan a millones de personas con rostros y nombres reales. La historia llama a la puerta, ¿qué respuesta le daremos?

Related posts