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El PSG se aferra a un penalti en el descuento ante el Newcastle

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El PSG se aferra a un penalti en el descuento ante el Newcastle
El jugador del PSG Kylian Mbappe celebra el 1-1 tras anotar de penalti durante el partido del grupo F jugado en el Parque de los Príncipes de París. EFE/EPA/YOAN VALAT

Un penalti en el descuento, cuando parecía que el abismo de la eliminación atenazaba al París Saint-Germain, permitió a Kylian Mbappé empatar frente al Newcastle y mantener vivas las opciones de clasificación para octavos de final de la Liga de Campeones.

Hasta el 98 el Parque de los Príncipes tuvo el corazón encogido porque un tanto del sueco Alekxander Isak les dejaba en situación muy comprometida, al borde de la primera eliminación en fase de grupos de la era catarí, lo que comprometía el proyecto de Luis Enrique.

Pero el último suspiro, una mano silbada gracias al VAR cuando todo parecía perdido, les rescató ante un voluntarioso Newcastle, que ahora ve sus opciones de seguir pendientes de una carambola difícil.

En poco tiempo, los ingleses pasaron de tener su destino en sus manos a depender de que el PSG pierda en Dortmund mientras ellos derrotan al Milan. Una ecuación compleja.

Todo lo contrario que los franceses, que en ese minuto fatídico pasaron de una eliminación más que probable a tener en sus manos la opción de seguir adelante por duodécima temporada consecutiva.

Privados de ocho jugadores clave, los ingleses arrancaron un empate de París, resultado meritorio tras la abultada victoria lograda en Saint James Park, y lo hicieron a base de orden y en una lección de trigonometría que se quedó sin más premio por la mano final de Livramento.

Los dos entrenadores apostaron por la asfixia, por un partido sin espacios, jugado en apnea, ni un segundo para pensar, ni un instante para calibrar, solo los gestos rápidos, las ejecuciones eléctricas iluminaban el choque a tantas revoluciones que parecía que podía estallar en cada instante.

Cada balón era un duelo, cada jugada una batalla, un envite permanente que ponía el corazón en un puño, sin reposo, a la carga en cada centímetro del césped, digno de todo lo que había en juego.

Aupados por la grada, los franceses salieron más decididos y a los tres minutos habían probado suerte por ambas bandas, convenciendo a los de Eddie Howe que no iba a ser una guerra de trincheras.