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EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD

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EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD

Familia Política

Cantos, poemas, ensayos, himnos, guerras… en diferentes tiempos y espacios, llenan páginas y páginas, como un concepto pleno de gloria y sacrificio. Desde que aparecieron las primeras congregaciones humanas se desataron guerras entre diferentes hordas, por defender el territorio y los recursos que en él había, para asegurar la subsistencia de la especie. Después, cuando la sociedad se dividió en clases, los dominados, al sufrir abusos y explotación durante algún tiempo, se rebelaron contra sus dominadores, enarbolando, no ya, un bien pragmático para satisfacer sus necesidades básicas; poco a poco se formaba la idea de entes abstractos sin cuerpo, sin ocupar un lugar en el espacio: la libertad fue uno de los más representativos.

Una y mil veces se rebelaron los oprimidos en las sociedades esclavistas; el gran imperio romano, por ejemplo, sufrió mil intentos de rebelión en los vastos territorios que conquistaron sus poderosos ejércitos. Los siervos de la gleba, durante la edad media, se enfrentaron a los señores feudales en defensa de su libertad; en este sentido, grandes epopeyas están en las páginas de la literatura; por ejemplo, en la España de nuestro tiempo, Ildefonso Falcones nos legó: La Catedral del Mar y La Mano de Fátima, monumentos literarios que retratan desgarradoramente esta época. La Leitmotiv que subyace en estos grandiosos textos es, sin duda, la libertad.

La Revolución francesa manejó esta aspiración en la trilogía: libertad, igualdad y fraternidad, que alcanzó su clímax al rodar las cabezas del Rey Luis XVI y de su esposa María Antonieta. Esta epopeya tuvo repercusión en todo el mundo; hasta la fecha, el concepto libertad se considera indiscutible origen de una corriente ideológica defendida y/o atacada con violencia por las más grandes potencias mundiales: El Liberalismo.

El poeta Espronceda, pone en labios del protagonista de su Canción del Pirata: “Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar”. El bardo yucateco, Don Hermilo Abreu Gómez, hace decir a su personaje Canek, el indígena rebelde: “La libertad no es un don que se recibe, ni un derecho que se conquiste. La libertad es un estado natural del espíritu. La libertad del hombre, no es como la libertad de los pájaros; la libertad de los pájaros radica en el vaivén de una rama; la libertad del hombre, radica en su conciencia”. 

Si partimos de todo lo anterior, parecería una blasfemia atreverse si quiera a dudar de que la libertad existe; sin embargo, pensadores como Bertrand Russell; y antes Spinoza, habían dicho que la libertad es tan solo una idea producida por la ignorancia; como se ve, el asunto no es tan fácil.

En términos coloquiales, fácilmente accesibles, permítaseme formular las siguientes preguntas: ¿Alguien de nosotros tuvo opción de nacer o no nacer? ¿Elegimos a nuestros padres? ¿Nuestra nacionalidad? ¿Nuestra época? Nuestros rasgos físicos y elementos culturales: color de piel, ojos, posición económica, lengua… Si, en este momento, yo quisiera estar en Europa (Venecia, por ejemplo), teóricamente puedo hacerlo sin ningún problema, en ejercicio de mi libre albedrío; pero sabemos que eso no es verdad en la realidad: existen una serie de limitaciones, económicas, fundamentalmente, que hacen imposible la realización de mis deseos. ¿Tenía razón Amado Nervo, al asegurar: “Porque veo al final de mi rudo camino, que yo fui el arquitecto de mi propio destino?”.

La Filosofía, como ciencia, avanza con base en el planteamiento de grandes cuestionamientos: el problema del ser (Ontológico), el problema del conocer (Gnoseológico), el problema del valer (Axiológico)… En las propuestas de solución, siempre habrá corrientes opuestas; en el caso de la libertad, a los que niegan su existencia se les llama Deterministas (filósofos de la necesidad) y a los que la defienden se les denomina Indeterministas o Libertaristas, las dos posturas son aparentemente excluyentes, irreconciliables; sin embargo, la única salida lógica en relación a este conflicto, es la Dialéctica; una adecuación de lo que Ortega y Gasset escribiera: “El hombre es él y su circunstancia”. La libertad existe, pero no es absoluta; el libre albedrío tiene vigencia en la conducta humana, dentro de los límites que circunscriben la acción del individuo. No es posible exigir que la libertad lo pueda todo sin el esfuerzo voluntario del ser humano y sin la tiranía de la circunstancia (economía, religión, lengua, raza, educación…). Ilustraré lo anterior con una metáfora: Un individuo recriminaba a su mentor filosófico: “¿Por qué la ley me impuso una sanción, si solamente golpeé a un compañero? Maestro, usted me dijo que yo tenía libertad y ahora me castigan por ejercerla. Me mintió”. El viejo filósofo le contestó: “es cierto, tienes libre albedrío, pero sólo de conciencia. La libertad de tu mano termina donde se encuentra la nariz del compañero que golpeaste”.

Las palabras son instrumentos de comunicación; como toda herramienta, sufren desgaste por su uso constante. Se habla de libertad en todas partes: libertad económica, libertad política, libertad de pensamiento, libertad de asociación, libertad de expresión, etcétera. Sin duda, el significado es hermoso, pero el abuso hace que su esencia se vaya degradando hasta transformarse en una vacía pieza para la demagogia en los discursos conmemorativos. 

No debemos olvidar que la libertad es un valor; su apreciación puede ser subjetiva u objetiva. En su nombre se sacrifican múltiples vidas en todos los tiempos y espacios que la humanidad acumula. 

¡Viva la libertad! Aunque no sepamos muy bien de qué se trata y cuando la tenemos, no sabemos qué hacer con ella.