El principio del fin

El principio del fin

LAGUNA DE VOCES

A las seis en punto de la mañana se asomaba al ventanal que da al jardín para confirmar si el pronóstico del tiempo se había equivocado de nueva cuenta. Gustaba burlarse de los teléfonos celulares, las bocinas que hablan, los dueños del pronóstico en la televisión, porque los cielos, el mar y todo lo que tenga que ver con que si habrá sol, frío o lluvias, hacían lo que les venía en gana, al grado que ya nadie hacía caso de esos profetas y prefería hacer sus propias conjeturas a partir de mirar la mañana en punto de las seis.

En el amanecer del 2021, cuando los sobrevivientes festejaban haber brincado el 20-20 y daban por hecho que seguramente en un mes estarían como en el pasado, es decir, de nueva cuenta con toda la familia, amigos, miró a través del vidrio que da al jardín una luz centelleante similar a un rayo nocturno pero concentrado en un solo punto, se diría un sol minúsculo pero capaz de poner en blanco los ojos durante unos segundos.

Pensó que seguramente todos habrían visto ese fenómeno celestial que se apuró a relacionar con el perdón divino, y la posibilidad de que el fin del mundo, o cuando menos de la especie humana, se hubiera aplazado para una mejor ocasión. La sonrisa le cubrió la cara y bajó en una especia de éxtasis al desayunador. Asunto extraño fue que nadie le comentara la señal luminosa, la esperanza, por lo tanto prefirió callar, así que abordó el automóvil rumbo a la oficina.

Al otro día sucedió lo mismo: la luz, la sonrisa, la incredulidad de que él, y sólo él, hubiera sido el elegido para saber la buena nueva.

Pasó un mes completo, hasta que en el primer amanecer de febrero una tristeza amarga y absoluta asaltó a su esposa, sus hijos y cada uno de los vecinos del fraccionamiento. Seguro habrían visto la luz, pero con lo pesimistas que todos quedaron luego del 20-20, quiso pensar que se habían equivocado en la interpretación.

Con más de un año de que el virus mortal había atacado a la población mundial y muertos que ya se contaban por millones, empezó a creer que era el momento justo para dar a conocer el mensaje que sólo él había entendido: el perdón de Dios.

No hubo mejor canal para cumplir su cometido que la red de redes sociales. En pocas horas su canal de YouTube estaba saturado, con todo y que permitían el acceso de millones y millones de suscriptores al mismo tiempo.

Habló de la esperanza, de la fe que el cielo tenía en la humanidad. Recibió, es lógico, mensajes de todos los líderes mundiales, hasta el mismísimo Papa, que le reconocía su valor para compartir algo que tal vez solo era para él.

A la mañana siguiente de difundir el mensaje, miró donde siempre aparecía esa luz centelleante.

No quiso decirle a su esposa, a sus hijos, a nadie, que el único equivocado había sido él desde el principio. Que el pesimismo no era tal en los seres humanos, sino una capacidad absoluta de ser simplemente realistas.

No había perdón, por el contrario, un enojo terrible por parte de quien adelantó su pesar con un virus y apenas empezado el año supuesto de la redención, lanzó su ira en un haz de luz que era solo el principio del fin.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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