El Príncipe y la máquina de los sueños

Conciencia Ciudadana

    Ya en plena decadencia, la industria del entretenimiento electrónico, recurre a sus viejas estrategias para captar y mantener la atención de una audiencia a la baja, aunque aún mayoritaria; pues son las clases populares a quienes aquella dirige su programación siguiendo el apotegma del antiguo dueño de Televisa, Emilio Azcárraga Milmo -autodenominado “soldado del PRI”  quien, en un momento de sinceridad, declaró que “México es un país de una clase modesta muy jodida… que no va a salir de jodida. Para la televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad y de su futuro difícil… pues los ricos como yo (continuó), no somos clientes, porque los ricos no compran ni madres” (100293), agregando que: “Nuestro mercado en este país es muy claro: la clase media popular. La clase exquisita, muy respetable, puede leer libros o Proceso para ver qué dicen de Televisa… Estos pueden hacer muchas cosas que los diviertan, pero la clase modesta, que es una clase fabulosa y digna, no tiene otra manera de vivir o tener acceso a la distracción más que la televisión”.

A tono con tal ideología, los medios de comunicación comercial conquistaron  la preferencia de sus teleaudiencias por “las estrellas de la pantalla chica” como bautizó a sus artistas; cuyos integrantes solían provenir de cuna humilde o cuando más clase-mediera; alejados de los intereses sociales y de cualquier rasgo cultural que los distinguieran de la supuesta simplicidad y bonhomía de sus audiencias (“los jodidos” de Azcárraga); impedidos para manifestar –aún teniéndola-, cualquier cercanía  a una ilustración “exquisita”, como despectivamente calificaba dicho empresario a quienes leían libros o intentaban mantenerse críticamente informados, que los hiciera sospechosos ante los ojos del régimen priista a los que el empresario servía.  

La industria del “estrellato” en México descubrió desde sus primeros tiempos que explotar las tormentosas y disipadas vidas de sus estrellas constituía una jugosa veta comercial tan fructífera como la producción artística misma; pues al mismo tiempo que el respetable público se extasiaba con el virtuosismo artístico de sus ídolos; gozaba, reía y sufría con los avatares de sus tormentosas existencias;  ella incrementaba los dividendos de sus inversiones.

José José, el plebeyo que logró coronarse bajo el mote de “El Príncipe de la Canción”, fue uno de esos personajes cuya vida fue marcada por el perfil esperado por sus mecenas y, sin lugar a dudas, por una buena parte de su teleaudiencia; quien veía en la vida y milagros del cantante el reflejo de sus propios deseos y expectativas. Como tantos jóvenes dedicados al arte, José José fue seducido por la vida bohemia donde aparte de sus adicciones, protagonizó sonados escándalos sentimentales, explotados estratégicamente no solo por sus patrocinadores, sino por él mismo y más tarde, hasta por sus familiares.

Atrapado en el círculo demoledor de la industria del entretenimiento y sus valores, el cantante hizo de su vida personal el motivo de su obra artística. Sus canciones y películas  refriteaban una y otra vez sus fracasos sentimentales, matrimonios mal habidos vicios, desavenencias familiares, recuperaciones y recaídas adictivas. Más allá de su limitado drama personal, poco se supo de él: si alguna vez albergó alguna inquietud social, política o cultural;  lo que leyó y  sus gustos artísticos  o las ideas y movimientos políticos o sociales que llamaron su atención o influyeron en su persona. Nunca se le vio entregarse ni dar su opinión sobre alguna causa social  y, en ese sentido fue, como la mayor parte de sus compañeros del mundillo del estrellato, fiel a las recomendaciones de sus  patrones no solo en su arte, sino en su propia manera de ser y, finalmente, hasta en la forma de terminar su existencia. Una lástima, pero así fue  modelado su propio destino; con lo que  otros decidieron hacer de él, tal vez hasta sin caer en la cuenta de formar parte de una engañosa máquina de sueños que terminó igual que a tantos otros, devorándolo sin misericordia.   

Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS.

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