El primer día del que llega; el primer día del que se va

El primer día del que llega; el primer día del que se va

RETRATOS HABLADOS

Casi a la misma hora los dos despertarán. Uno mirará por vez primera en seis años con absoluta tranquilidad el sol que se asoma por la ventana; no recibirá ningún parte de la Secretaría de Seguridad en que lo informe de lo sucedido en las horas de sueño, hoy por fin de casi ocho horas, ni mirará con ansiedad la agenda del día, casi en blanco, salvo los saludos-despedida de algunos de sus ahora ex colaboradores. Desayunará con absoluta paciencia, la que con frecuencia otorga el que no haya compromisos urgentes que atender, leerá los periódicos en su tableta, tomará café y tal vez, en una parte plena de un ejercicio ritual, recordará que en la víspera entregó el poder que durante 72 meses exactos tuvo en sus manos.

El ahora investido con el poder que el otro dejó, mirará con curiosidad la habitación, descubrirá que en el jardín la luz del sol es más escandalosa, apenas caminará unos metros cuando descubra en la mesa del comedor un cúmulo de documentos, pero también ayudantes que ansiosos buscan informarle de los acontecimientos registrados en su primer día de mandato, el primero de dos mil 190 días, el primero de la etapa más importante de su existencia, el reto más grande, la apuesta única a la trascendencia real si no olvida para qué deseó con tanta ansiedad ser el primer mandatario de un estado como Hidalgo.

El otro descubrirá casi al mediodía de las primeras 24 horas, en que dejó de ser el que pulsaba el destino de un pueblo entero en sus manos, que después de todo la vida sigue; descubrirá con algo de extrañamiento que, después de todo, supo comprender la única cualidad benévola del poder: su fugacidad, su calidad definitiva de efímero, su constante semejanza con los fuegos de artificio, que suben al cielo con una cauda de fuego y luces, para apagarse casi de manera instantánea. Redescubrirá que la canción cantada por Amparo Ochoa no tenía razón, que el coro aquel del, “si algo fuera eterno no sería el amor”, debiera reescribirse por el, “si algo fuera eterno, no sería el poder”. El amor sí.

El que mira con singular curiosidad que a su paso todo se ha transformado de un día para otro, que nadie puede ser igual con él, de un día para otro, se pregunta si de verdad puede haber personas que se crean la historia de que el poder transforma, convierte a una persona en otra. Se mirará al espejo, comprobará que es el mismo, solo tal vez con unas ojeras más pronunciadas, fruto de la campaña, de la serie de confabulaciones que se armaron en su contra, incluso desde el propio partido del color guinda. Pensará todavía que puede seguir la misma rutina, pero en la mirada curiosa de su equipo más cercano, de pronto se dará cuenta que no es así, que algo mágico adquirió cuando juramentó entrega absoluta al cargo, y, si no, que la historia se lo reclame. ¡Es el mismo, pero es otro; es el mismo que observa con la sorpresa del niño que se asoma al mar, ¡pero es otro el que miran, los que repentinamente lo saben otro!

El otro se dirigirá a la puerta de su casa, saludará a uno que otro que por razones lógicas todavía lo reconocen, se dirá que esto es vida, ya sin todo el ritual con el que antes tenía que empezar a caminar el día. Por vez primera se dará cuenta que, si quiere, puede darse el lujo de ir a pie a donde se le pegue la gana. Por primera vez también, caerá en la cuenta de que empieza a extrañar, apenas que lo ha dejado, el gusto por el poder, los disgustos por ser siempre el centro de la atención, pero también el gusto. Se dará cuenta que, después de todo, simplemente es uno más entre el tropel de seres humanos que van por ahí, con la certeza de que, en otro planeta, otra realidad alternativa, fueron lo que siempre quisieron ser, pero con la diferencia de que él sí lo fue: el eje central del poder durante seis años en un estado de la República Mexicana.

El que empieza se descubrirá en el camino a la oficina, a un Palacio de Gobierno que de palacio no tiene nada, con la certeza de que el poder sirve, si sirve para ayudar a sus semejantes. Pensará una y mil veces que no será seducido por eso que a todos transforma, que tiene bases firmes para no caer en la tentación. Lo dirá una y cien veces, y convencido apretará el botón del elevador privado del Gobernador, para empezar una larga, larguísima jornada en que convivirá, peleará, retará al poder, el mentado poder que a todos deja poco menos que locos.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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