Home Nuestra Palabra Prisciliano Gutiérrez EL PRESTIGIO Y LA MALA FAMA

EL PRESTIGIO Y LA MALA FAMA

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 “Es más fácil soportar una mala conciencia
Que una mala reputación”.

Nietzsche.

Por determinismo sociológico, tenemos que vivir dentro de una colectividad.  Nuestra conducta individual no puede ignorar a la opinión pública, es una informalidad coercitiva que poco o nada tiene que ver con la verdad.  En este esquema se nutre la costumbre de llamar “mataperros” a quien por circunstancias priva de la vida a un anónimo can.  A quien carga ése, o cualquier otro estigma impuesto por “la voz del pueblo” le resulta casi imposible superarlo.  Otro ejemplo sería el de una dama galante que se regenera y se convierte en ejemplar esposa y madre; detrás de su prestigio siempre estará la mancha de un pasado que se niega a morir.

La reputación, la fama, la imagen pública de un personaje que destaca en la política, la ciencia, el arte o cualquiera otra rama de la cultura, no surge por generación espontánea; es producto de una serie continua de acciones que sustentan los aspectos relevantes del actor: valentía, cultura, facilidad de palabra, capacidad de concertación política…  Lentamente, se construye la percepción de una personalidad sólida, aunque hay que tener presente, que la gente recuerda más una mala decisión que muchas buenas.  “Haz nueve favores a alguien y niégale uno; después observa cual es la opinión que guarda de ti”.

“Crea fama y échate a dormir” reza otra popular sentencia, la cual es cierta sólo en parte.  El poderoso sustenta su capacidad de dominio en su reputación indubitable (de bueno o malo); la defenderá aunque el precio sea un insomnio perpetuo.  La duda es arma poderosa; el rumor y la calumnia, son buenas estrategias para sembrarla.  Cuando alguien triunfa, o está en la antesala del gran éxito, debe cuidarse más, porque con hechos, reales o ficticios, sus enemigos lo acusarán  de corrupción, ineptitud, traición, tortura, narcotráfico, homosexualidad o cualquiera otra mácula en el amplio catálogo que el poder trae consigo.

La historia y la literatura ilustran hechos en los cuales el símbolo cuenta tanto o más que la persona: El Cid Campeador ganó batallas después de muerto y la armadura de Aquiles, sobre el cuerpo de su amigo Patroclo, causó estragos en los ejércitos troyanos.

Shakespeare, Moliere y otros grandes lograron crear con su pluma, trascendentes arquetipos: Otelo, los celos; Hamlet, la duda; Don Quijote, la locura idealista; Tartufo, la hipocresía; Doña Bárbara, el poder y la brujería en una mujer latinoamericana…

Es saludable entender que estos modelos universales se reflejan en personajes que deambulan por la historia y por la vida cotidiana.  Como los diamantes, presentan múltiples facetas; sin embargo, no todas brillan igual; sólo una destaca, gracias a ella logran acceder al mundo de los ángeles… o de los demonios.

Desde luego, aún los más fuertes y aparentemente invulnerables, tienen su mítico “talón de Aquiles”; esto es, un punto débil cuyo secreto guardan con celo, aunque por amor o por debilidad lo divulguen: Sansón confió a Dalila la fuente de su fuerza y Pandora, por curiosidad liberó de su prisión a todos los monstruos que atacan a la humanidad.

Desde luego, toda regla admite excepciones.  El “efecto teflón” protege, por ejemplo, en la política mexicana, a cierto Mesías tropical, quien tremola banderas de honestidad.  A pesar de que existen irrefutables evidencias de su corrupción, nada parece hacerle daño.  Se da el lujo de parafrasear a Díaz Mirón cuando dice: “Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan; mi plumaje es de esos”.  Más que peje, se siente cisne.

Un depredador debe saber con exactitud en donde golpear; el método para infligir efectos mortales y de ser posible, librar elegantemente la responsabilidad.  Poncio Pilatos se lavó las manos, concedió a la chusma la liberación de Barrabás y la condena del Rabí de Galilea.  Esa vez, la “Vox populi” no fue la voz de Dios, sino instrumento para el deicidio.

Bajo estas consideraciones escribí el siguiente soneto:

Defiende tu prestigio y tu renombre.
Tu fama, fortaleza inexpugnable,
Protegerá tu ser, ante el probable
Ataque dirigido por un hombre.

Que te miren terrible, que se asombre
El mundo ante la fuerza de tu sable.
Que no exista rincón donde no se hable
Con respeto al conjuro de tu nombre.

Si tu reputación, de bueno o malo,
Se mira derrumbada ante la gente,
Servirá tu cabeza de regalo.

Si tienes que asestar un golpe, dalo
A la imagen rival, nunca de frente:
Que la chusma lo juzgue y lo reviente.

Mayo, 2017.