“No acusemos de inmoralidad
al gran político”.
José Ortega y Gasset.
La selección de los temas que semanalmente trato, está determinada por la circunstancia, más que por la agenda. En el momento de dictar estas líneas, acaba de concluir la visita a nuestro país de un personaje que, por su doble carácter (Jefe de Gobierno y Sumo Sacerdote de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana) se ubica con nitidez universal en el título presente. En diferente grado, pero similar esencia, la clase política local está en medio de una vorágine activista sin precedente a nivel estatal y municipal.
La figura de El Político está llena de secretos intrigantes, enigmas y misterios que algunas de las plumas más brillantes en las diferentes épocas y en todos los puntos geográficos del planeta ayer y hoy estudian con singular interés desde diferentes puntos de vista:
Platón pasó a la historia como un idealista, totalmente alejado del ejercicio práctico de la política. No es así, sus Diálogos y algunos pasajes biográficos lo prueban. En El Sofista, definió a este personaje como un mercader de conocimientos falsos; un demagogo sin escrúpulos. El propósito de El Político fue también definirlo, pero no como simple ciudadano habitante de la polis, sino como dirigente de una Ciudad-Estado; encargado de su gobierno. En este diálogo recoge y discute desde otro punto de vista la tesis central de La República; esto es: que la dirección del Estado debe ser confiada a aquéllos que saben más, aunque rechaza la tentación (atribuida a Pitágoras) de divinizar al gobernante político.
Siglos más tarde, Nicolás Maquiavelo teorizó de manera magistral en relación con el hombre de poder a quien identifica como El Príncipe. Así mediante una serie de máximas y principios, el florentino aconseja: “El fin justifica los medios”; “más vale ser temido que ser amado”; “El Príncipe debe tener la fuerza del león y la astucia de la zorra”; “los súbditos estarán de acuerdo con El Príncipe, siempre y cuando respete a sus mujeres y no afecte su bolsillo”… En este orden de ideas, Maquiavelo fue mejor teórico que practicante de su propia doctrina. Pasó a la historia, injustamente, como la personificación de todas las perversidades, engaños e hipocresías humanas, mientras en su vida cotidiana no pasó de ser un oscuro burócrata. El Maquiavelismo tiene muy poco que ver con la esmirriada silueta de Maquiavelo.
En este universo, no puede pasar desapercibida la figura del español José Martínez Ruiz, mejor conocido como “Azorín”, miembro de la llamada “Generación del 98”, nombre tradicional que identifica a un grupo de escritores ensayistas y poetas ibéricos, como José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Manuel y Antonio Machado y otros no menos ilustres.
Azorín fue (¿es?) uno de los más finos prosistas de nuestra lengua, su libro El Político se reeditó en México de manera simbólica en 1998 por el Fondo de Cultura Económica. En sus deliciosas páginas, se reúnen en numeración progresiva, consejos, advertencias y otras condiciones que distinguirían a un buen político; casi al azar, ejemplifico:
I Ha de tener fortaleza física y moral. No dejarse aplastar por nada ni por nadie.
II Cuidar el arte de vestir. La elegancia no está en la ropa sino en la persona.
IX Desdeñar el elogio. Valorar el aplauso y la denigración en su justa dimensión.
XI Aceptar con sencillez las distinciones. Rechazar la glorificación es deseo de ser dos veces lisonjeado.
XIII No ser exhibicionista. “Sea entendido con los entendidos; opaco y vulgar con los opacos y vulgares. No pretenda brillar entre ignorantes”. Dice Azorín.
XXVII Ser innovador dentro del orden. Una cosa son las fantasías de los teorizantes y otra las manipulaciones de la realidad; el cambio debe ser inteligente y moderado.
XXVIII La balanza del yo. No sea excesivamente modesto; la modestia más daña que favorece.
XXX Libros que ha de leer. Lea pocos libros. Si ha sido buen lector en su mocedad, ya tendrá cierta experiencia; si no, siempre podrá recurrir a buenos asesores.
XXXI. Mañas en escuchar. Una de las artes más difíciles es saber escuchar. Cuesta mucho hablar bien; pero cuesta más escuchar con discreción.
XLIV Evitar el escándalo. El escándalo es el mayor enemigo de los hombres de bien. Le sucederá alguna vez que en un corrillo, en la calle, en un salón, un concurrente le veje y le maltrate injustamente; no conteste, sobrepóngase y deje pasar el agravio.
Este último consejo es mío, para todos los que aspiran a ser o son de verdad políticos: Leer El Político, de Azorín. Es un ameno, elevado método de profesionalización en arte tan delicado.
Febrero, 2016.