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EL PODEROSO Y SU PRESTIGIO

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EL PODEROSO Y SU PRESTIGIO

Familia Política

Todos los hombres y mujeres de poder, cifran su autoridad en alguna cualidad distintiva de su personalidad; la historia, la literatura, el arte y otras disciplinas, muestran múltiples ejemplos al respecto: desde la fama eterna de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, quien ganaba batallas después de muerto; el pasaje homérico que describe la cólera de Aquiles, quien se negó a pelear en el sitio de Troya por una ofensa que recibiera por parte de Agamenón, y que llevara a su amigo más cercano, Patroclo, a ponerse la armadura del semidiós para encabezar los ejércitos griegos, causando pavor entre las huestes enemigas, hasta que Héctor, el campeón troyano, hermano de Paris, lo mató en batalla y descubrió que el temor lo infundían la armadura y el nombre de Aquiles, no el hombre que los usurpaba.

Héctor terminó con el mito, Patroclo murió y el adalid griego cayó en una grave depresión que se transformó en odio en contra de los troyanos, especialmente de Héctor, su máximo guerrero, a quien casi al terminar la guerra enfrentó y mató, arrastrando su cadáver atado a su carro, en una actitud de extrema vejación. En este orden de ideas, del prestigio se desprenden infinidad de sobrenombres históricos: Alfonso X, El Sabio; Luis XIV, El Rey Sol; Lorenzo de Médicis, El Magnífico… 

El poderoso gana su reputación a pulso; desde luego, no siempre por sus cualidades o elevados principios; también por sus antivalores: Hitler tiene y tendrá fama de genocida, Eichman une su nombre a los hornos crematorios, Joseph Goebbels a la propaganda, como instrumento de poder… El prestigio da autoridad, la autoridad da poder, el cual se manifiesta en símbolos diversos: un rey sin corona no inspira el mismo temor sacramental; seguramente El Papa, sin su blanca sotana ni su simbólica mitra, lejos estaría de considerarse Jefe del Estado Vaticano y Patriarca Universal de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana; mucho menos se le adjudicaría la alta dignidad de Su Santidad. De manera similar, la toga y el birrete justifican en un abogado impartidor de justicia, el título de Su Señoría.

Los buenos y los malos ejercen fascinación en las masas, pero esa admiración se puede transformar en desprecio y aún en odio, cuando la reputación se pierde por golpes de la fortuna o por oscuras maquinaciones que el poder engendra. La misma chusma amorfa, que endiosó a ciertos mesiánicos, se transforma en verdugo irascible para vejar, humillar, linchar, escupir y derribar las estatuas que ella misma erigió (Recordemos: la crucificción de Jesucristo; la decapitación de Luis XVI y María Antonieta; la toma de Guanajuato por las huestes de Miguel Hidalgo; la caída de los zares…). 

Los depredadores, en política, son como los buitres en la selva; huelen la agonía a grandes distancias. Cuando advierten debilidad en algún animal, incluso dentro de su manada, vuelan en círculo; dan vueltas y vueltas esperando que el débil sucumba y se convierta en cadáver; algo similar hacen las hienas y otros los seres que, para vivir, necesitan de la muerte, de la carroña.

Todo aquel que detente poder o que lo ejerza legítimamente, debe estar consciente del sitio en que radica su fuerza y diseñar estrategias para preservarlo y destruir a sus enemigos actuales o potenciales, a tiempo; ojos, oídos, sensibilidad, vanidad, egolatría y otras debilidades, deben controlarse, hacerse inmune a las lisonjas, a los homenajes, a las lambisconerías… Estas conductas indignas se nutren en la envidia de muchos que, aunque favorecidos, desean a cualquier precio ocupar el lugar del jefe; la adulación es buen camino para obtener favores y aún armas para destruir a su benefactor. La desconfianza es el mejor antídoto; la información, el mejor instrumento para descubrir a tiempo las verdaderas intenciones que subyacen en un elogio, en un obsequio, en un comentario, en una información confidencial; en un chisme, aparentemente inocente.

La preservación de los secretos, la discreción extrema, deben normar la conducta permanente de quien tiene la responsabilidad de mandar; las filtraciones hacen daño no solo a la persona, sino a todo el sistema de gobierno; el alarde y el alcohol, suelen soltar la lengua de los ambiciosos inmaduros y proclives a la alta traición. La información de calidad debe nutrir las decisiones en tiempo y forma. El hubiera, en política no existe; de otra manera podríamos decir válidamente que, si Sansón hubiera desconfiado de Dalila y preservado su secreto, jamás ella le habría cortado el cabello.

Ante estas consideraciones, hace algunos años, escribí el siguiente soneto:

Defiende tu prestigio, tu renombre.

Tu fama, fortaleza inexpugnable,

Protegerá tu ser ante el probable

Ataque dirigido por el hombre.

Que te miren terrible, que se asombre

El mundo ante la fuerza de tu sable.

Que no exista rincón donde no se hable

Con respeto al conjuro de tu nombre.

Si tu reputación de bueno o malo,

Se mira derrumbada ante la gente,

Servirá tu cabeza de regalo.

Si tienes que asestar un golpe, dálo

A la imagen rival, nunca de frente:

Que la chusma lo juzgue y lo reviente.