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RETRATOS HABLADOS
Achacamos los momentos críticos que se viven en la política mexicana, lo mismo en el oficialísimo que en los denominados partidos “de oposición”, a una degradación que ha sido fruto de mucho tiempo que un solo instituto político tuvo en sus manos el poder, y que en el caso del Revolucionario Institucional, sumaron 76 años, luego de recuperarlo después de las patéticas administraciones de Acción Nacional.
En la historia de una vida son muchos, muchísimos años. En la de una nación, pocos.
El fenómeno que cobijó al tricolor tuvo muchos factores a su favor, y en un primerísimo lugar habrá que observar la Revolución Mexicana como fermento del PRI, al menos en la interpretación que, de manera inteligente, decidieron usar los que buscaron terminar con una guerra intestina de caudillos, y el hartazgo de la ciudadanía, de que un movimiento armado no terminara en nada concreto.
Institucionalizar la gesta revolucionaria resultó ser el origen de la estructura que dio vida, durante más de 70 años, al proyecto de país en que se amparó, primero, una clase política, que buscaba consolidar los postulados fundamentales revolucionarios, y que sin duda logró objetivos únicos y vigentes con la creación de las mejores instituciones de salud y educativas, pero que a la postre, derivó ya no en una clase política, sino en una casta casi divina, que por supuesto se acostumbró a ejercicio pleno del poder sin límites de ningún tipo.
Nadie desconoce los efectos que un manejo del poder con tintes de absolutismo, provoca en quien lo ejerce, y que no solo se transforman en una dictadura corrupta, sino en una criminal que se asume poseedora de la verdad única, y gusta, con mucha frecuencia, imponerse con base a la fuerza.
Nunca será recomendable que un solo partido, mucho menos un solo hombre, sea convertido en albacea de los ideales de un pueblo, pero también en Emperador de la Verdad.
Al Revolucionario Institucional lo salvó durante más de siete décadas, el temor real a un nuevo movimiento armado, porque buena parte de sus líderes tuvieron un abuelo o bisabuelo que peleó en el movimiento armado, y que tuvo el tino de alertarlos sobre el desastre inhumano que implica una guerra civil.
Es decir que existía, en términos reales, un miedo a violar las bases reales y fundamentales que fueron bandera de la Revolución: sufragio efectivo, no reelección.
Por supuesto hubo los que tantearon el terreno con la idea de quedarse más tiempo en el poder, “para concluir” su muy personal “nueva revolución pacífica”, pero que no era sino la ambición desmedida y enloquecida que siempre genera el poder presidencial en México, casi con tintes de emperador.
Lo anterior, sin embargo, no se tradujo en un temor cierto a la corrupción y las consecuencias que podría tener en sus vidas, porque la impunidad hizo su aparición de manera cínica y descarada.
Así las cosas, los políticos de gran cuenta bancaria, justificaban esa búsqueda de asegurar su vida terrenal, a cambio de no violar la regla más importante: el poder es eterno mientras dura el sexenio.
Si usted lo detecta, los intentos por eternizarse en la presidencia de la República, tuvieron su raíz en un miedo cierto a desatar una nueva Revolución. Porque nadie, absolutamente nadie que haya vivido un movimiento armado, o que por lo menos haya tenido noticias de sus consecuencias de manera indirecta por voz de sus parientes que participaron en el mismo, es capaz de arriesgar a toda una sociedad por ambiciones personales.
El hecho fundamental es que los miles de muertos de la Revolución Mexicana, vacunaron a muchos contra el virus maligno de la ambición por el poder eterno.
Debemos pues, rogar porque esa inoculación siempre tenga vigencia en una nación como la mexicana, que en ningún momento la idea de ser poseedor de la verdad única, anime a personaje alguno, para sucumbir ante la tentación de pensar que su legado puede ser incluso eterno, si eterno es su poder.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
X: @JavierEPeralata