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El Petronilo

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En el contrato de la mina tenían a un compañero que era muy pendejo, no sabían si así nació o se hizo con el tiempo, venía de la comunidad de Amajac, donde hay aguas termales en el municipio de Atotonilco El Grande, rentaba un cuarto en la vecindad del señor Molina, en el barrio de la Palma, en el callejón de Manuel Doblado.  Se vino a buscar fortuna a la ciudad, y a mí se me hizo muy raro, porque Pachuca es la tierra de Dios, donde las mujeres prefieren morir vírgenes antes de parir pendejos. 

Todos los mineros son desmadrosos, burlones, encajosos, flojos, rezongones, peleoneros, albureros, y como toman pulque a lo cabrón, sus viejas tienen muchos hijos, parecen conejas; por otro lado, el minero ha sido uno de los que más han sufrido en su trabajo de la mina, que aparte de ser pesado los afecta de tal manera que en unos cuantos años se enferman de los pulmones, dándoles silicosis. Comienzan con tos y caminan jorobados, arrastrando las patas y cuando se sienten mal, se van al dispensario médico y ahí les recetan jarabes para que se les quite la tos y les ponen unas inyecciones que duelen hasta el alma; mejor le dicen al doctor que los mande a trabajar. A pesar de que les pagan sólo el 60% cuando están enfermos.

El Petronilo vivía solo, era un joven como de 20 años, flaco, con cara de indio, muy dócil, todo obedecía y nunca faltaba a su trabajo, todos le hacían maldades y se burlaban de él, pero con el tiempo se acostumbró, cuando era la hora de que bajabamos a las profundidades  se iba solo a comerse sus dos tortas y su agua simple, porque estaba ahorrando dinero para llevarle un regalo a su madre, que tenía tiempo de no ver.

Algunos, que lo conocían, le preguntaban:

  •  ¿Tú no eres casado, verdad? 
  • ¡No! Más vale solo, que mal acompañado. 

El encargado, al que le decían “El Bandolón” lo regañaba continuamente y lo amenazaba de que lo iba a cambiar de contrato.

Un 10 de mayo, como era día de las madres, muchos trabajadores no se presentaron a trabajar y el encargado tuvo que agarrar a los que habían ido para sacar el trabajo. Habían ido a trabajar “El Chocolate”, “El Loco”, “El Baldo”, “El Cachaflais, yo y por supuesto el Petronilo.

Le preguntaron al “Loco”

  • ¿Qué le vas a regalar a tu jefa?
  • Una tele.
  • Ay cabrón, te vas a lucir, cuestan muy caras. Pero la vieja se la va a pasar mirando telenovelas.
  • ¡No, una telera, porque ando bien jodido!

En esos momentos llegó “El Bandolón”:

  • ¡Ay, qué bonitos se ven cabrones! Vamos a poner una alcancía, no vinieron a trabajar muchos pero es tan fácil ponerla que hasta mi vieja lo haría.
  • La hubieras traído.

Se quedó mirando al Petronilo.

  •  A ver cabrón, ¿Cómo te llamas?
  • Petronilo, para servir a usted.
  • Ja, ja, ja, que chinga te puso tu madre con ese nombre, ¿sabes leer?
  • Un poco señor.

El Petronilo era muy obediente, de los que jamás se enojan y de los que reciben maldades sin protestas, “El Bandolón” le explicó:

  • Me voy a subir,  me llevo la punta de la cinta de medir, la pones en el suelo, y me dices cuánto mide.
  • Sí, señor.

“El Bandolón” se subió a unos cuatro metros de altura y le dijo.

  • ¿Cuánto mide?
  • Un chingo, señor.
  • Indio pendejo, a ver tu “Chocolate” o tu pinche “Gato Seco” ayuden a este pinche burro.
  • Nosotros no podemos, porque estamos cortando una madera a la medida y nos vaya a fallar.

Los demás no dejaban de estar jugando al bizco y le picaban la cola al Petronilo, el otro lo correteaba y estaban muy contentos. El que estaba que se lo llevaba toda la grosería era al “Bandolón”, que se había había subido y le gritaba muy enojado.

  • ¡Petronilo, Petronilo! ¿qué chingados haces?
  • ¿Qué quiere señor?
  •  Aviéntame la cinta cabrón, aviéntamela.

El petronilo nos preguntó.

  • ¿ Qué dijo?
  • Que se la mientes.
  • Chingue usted a su madre?

Que se baja “El Bandolón” y le dio una cachetada tan fuerte que lo tumbó.  Nos metimos todos a defenderlo y le pusimos sus madrazos al encargado.

Llegó corriendo el sotaminero, que era el jefe de mina y nos dijo: 

  • ¿Qué pasa aquí?
  • Es un conato de madrazos, no se meta, no le vayan a tocar a usted.
  • Se calman o los echo a todos.

Que le echaron una trompetilla todo se calmó, seguimos trabajando y nos dijo “El Bandolón”:

  • Por favor ayúdenme a parar este tronco, agárrenlo fuerte, a ver tú pendejo Petronilo pégale duro, haz de cuenta que me estás pegando a mí.

El Petronilo agarró el marro y golpeó el centro del tronco, como no estaba bien fijo los marrazos rebotaban en las manos del “Bandolón”, que se molestó, le dio un golpe en la cabeza y le gritó en la oreja:

  • ¡Pégale abajo, en la pata!

“El Petronilo, le dijo que sí, le dio vueltas al marro y el soltó el golpe, pero en la pata del “Bandolón” que brincaba como chapulín, a todos nos daba risa, cuando le quiso regresar el golpe, entramos todos.

  • Déjalo güey, tú le dijiste que te pegara duro en la pata.
  • Sí, pero en la pata del tronco, no en la mía.

Sacaron de la mina al “Bandolón” y lo llevaron a que lo curaran al cuarto de seguridad, se armó un gran escándalo con el jefe de seguridad porque al “Bandolón” le habían quebrado una pata y también llamaron a los del Sindicato de Trabajadores Mineros, porque querían correr de la mina al Petronilo, nosotros fungimos como testigos.

El Petronilo estaba en el banco de los acusados y habló el Secretario General, Agapito Herrera, que les dijo a los jefes e ingenieros y a los representantes sindicales:

  • El obedecer es norma de pro-fesión.

Contestó el jefe de las minas:

  • Pero no así como lo hizo el trabajador,  según dijeron los compañeros, el encargado Gustavo Martínez, le ordenó al trabajador Petronilo que le aventara la cinta de medir y éste le mentó la madre, luego le ordenó que le pegara en la pata y así lo hizo, le fracturó el pie. Los he mandado llamar porque tenemos que poner orden y respeto a sí mismos, principalmente en los apodos.

El secretario General del Sindicato le contestó:

  • En eso nosotros no nos metemos, todos tienen apodos, al jefe de seguridad Rafael Carrillo le dicen “El Bigotes” y a su ayudante Juan Hernández “El Garbanzo”

Rafael Carrillo se levantó y le contestó:

  • Si a esas vamos, señor secretario, a usted le dicen “La Rana” y al secretario que lo acompaña le dicen “El Muerto”, al Superintendente de la mina Carlos Madrazo le dicen “Zalea”, al ingeniero de minas le dicen “El Moco”, al ingeniero de trabajo le dicen “La foca” y al ingeniero de medidas le dicen “El Diablo”.

El Ingeniero Franco, un señor alto con voz fuerte no dejaba de reír y les dijo: 

  • ¡Vaya! Al menos yo me salvé y no me pusieron apodo.

Se escuchó una voz que le contestó:

  • ¡Cómo no, a usted le dicen el Lonje Moco!

Se levantó muy enojado el superintendente y les dijo:

  • Sáquense de aquí antes de que los saque a patadas, que se castigue a los culpables y al quejoso, conforme a los reglamentos de la mina de San Juan Pachuca.

Le dijo el líder sindical:

  • Ahí sí se las va a pelar señor, aquí no existen reglamentos, y yo les digo que como representante del Sindicato Industrial de Trabajadores Mineros y Metalúrgicos y similares de la República Mexicana, Sección 1, digo que no se castigará a nadie.