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El paste minero, con memoria inglesa y sabor mexicano

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El paste minero, con memoria inglesa y sabor mexicano

Las imponentes estructuras rojizas de las antiguas mineras que sobresalen sobre Real del Monte, Hidalgo; se mezclan con los olores del paste minero, un bocado inglés que llegó en 1824 para deleite de los trabajadores de la tierra y de miles de habitantes que lo adoptaron como propio.

En el corredor de la montaña del centro del país, en cada esquina de las calles del Pueblo Mágico, pequeños negocios liberan el olor del cocimiento de un amasijo inconfundible: harina de trigo, manteca vegetal, agua y sal. Los aromas se combinan con papa y carne cocida, el relleno de los míticos pastes mineros con su esencia mexicana.

En la “comarca minera”, como llaman los lugareños a la zona, los trabajadores de Cornualles (Corwal), Inglaterra, considerados en aquel lejano siglo XIX como los mejores mineros del mundo, dejaron un legado culinario que hoy en día es un emblema para todo un estado, población orgullosa de sus tres raíces: indígena, española e inglesa.

“Es una mezcla de una degustación europea, fusionada con la cocina mexicana”, describe a Efe Pedro Baca, un ex minero, amante de la delicia inglesa y guía de turistas en el Museo del Paste de esta región asentada a 2.700 metros sobre el nivel del mar.

El poro, papa, espárrago y carne roja o salmón, formaban parte de los originales de Cornualles, recuerda. Era el alimento de esos mineros traídos a tierras aztecas por la compañía Cornish para la explotación de cinco minas de oro y plata.

En sus guangoches, como eran conocidos sus morrales, guardaban sus pastes de entre 25 a 30 centímetros de largo y entre 14 a 16 de ancho, con un peso de casi 500 gramos, el cual daba fuerza suficiente a los hombres de la tierra.