Pido la palabra
Haciendo un análisis de todo lo que miles de familias hemos atravesado en estos casi dos meses de nuestras vidas, me pregunto: ¿Qué ha cambiado en nosotros desde finales de marzo y hasta esta fecha? Escarbo en mi memoria y para tener un punto de partida, comparo mi nivel de felicidad anterior y la actual, y sin necesidad de hacer conversiones matemáticas ni buscar un nuevo modelo para medir mi bienestar, me doy cuenta de que mi línea de satisfacción fue a la baja.
No necesité verificar mis otros datos para encontrar la respuesta, ni tampoco compararme con los peores meses de mi vecino para tratar inútilmente de darme ánimo y decir que vamos bien, y que los emisarios del pasado no tienen vida propia y por ello se la pasan tratando de desacreditar la mía; no, nada de eso, bastó con verme al espejo y darme cuenta que las canas en mi pelo y las arrugas de mi rostro, son signo indicativo de que mis anteriores dos meses han sido, por decirlo gentilmente, poco cariñosos con mi persona y para muchos de mis conocidos.
Dos meses de cuarentena, más lo que se sume en esta semana, que me han avejentado irremediablemente; algunos dirán que es la acumulación de esa vida de disipación y lujuria de mis años mozos; otros, los que en verdad me conocen, dirán que es porque me tomo demasiado en serio la vida.
Una cuarentena en la que he tenido la suerte de conocer gente propositiva, emprendedora, y que, junto con ellos, aunque sea de manera virtual, hemos buscado mejorar nuestro entorno, pero también he tenido enfrente, con la debida sana distancia, a gente que buscó meter zancadilla, vientos negros que hemos podido capotear, de todos he aprendido algo, a hacer y a no hacer.
Canas y arrugas que son la prueba de horas y horas de esfuerzo, cuidando detalles, imaginando nuevas formas de hacer las cosas para mejorar las condiciones de todo aquello que pueda influir en nuestro camino, o bien para paliar nuestra frustración de no haber conseguido algún objetivo personal.
Pronto iniciaremos una nueva normalidad, al menos eso es lo que espero con vehemencia, todos lo esperamos; pero no podremos lograrlo mientras haya inconsciencia que puede desembocar en violencia, como ya ha sucedido en varias partes del país, incluso en Hidalgo en donde el pretexto es lo de menos, lo que importa es hacer notar que se cuenta con el apoyo de aquellos que han decidido dejar su responsabilidad en los hombros estatales, pero ese es otro asunto que en su oportunidad trataré.
Hoy, sobre mucha gente pesa ya la sombra de la crisis económica, del desempleo, la inseguridad cada vez más galopante; ¿en verdad somos felices con la indolencia, la indiferencia y la trivialidad de la obstinación de quienes solo piensan en cuidar su chamba pasajera y la imagen histórica que queremos dejar a las futuras generaciones?; los peces en el río se verían mucho mejor en la mesa de alguna familia de escasos recursos.
¿Una cuarentena para reflexionar o para ajustar nuestro proceso de adaptación a los nuevos tiempos que nos tocó vivir?; las dos cosas serían pieza vital de reflexión, sobre los cambios que necesitamos concretar, pues si queremos vivir lo mismo, sigamos haciendo lo mismo; pero también, adaptar nuestra mente a la necesidad de vivir dentro de este mundo con Covid-19, dengue, VIH y otras linduras que no llegaron solas pero que tampoco están dispuestas a irse sin cobrar su tributo. Una cuarentena en la que la presencia innegable de la familia es lo que nos ha dado y debe seguir dándonos la fortaleza para seguir adelante.
Por ello hoy solo les digo: ya no la frieguen, ¡quédense en su casa!
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.