Historias de Buró
Por la inicial de mi apellido siempre tuve conflicto en la escuela. Si llegaba cinco minutos tarde, la muestra ya estaba nombrando a los Baltazar, Benítez, Camacho, etcétera; cuando se trataba de entregar la tarea y aun la estaba terminando yo era la primera en pasar. ¡Tache, está incompleta! Me decía la maestra al tiempo que colocaba una equis enorme en mi libreta.
En una ocasión participé en un concurso de poesía, al que ansiosa había practicado con varias semanas de anticipación. La presentadora nos había mencionado que se sortearía el turno en que pasaríamos, pero dos minutos antes anunciaba que entraríamos por orden alfabético. ¡Maldita la inicial de mi apellido! Pensé.
-La estudiante Ávila viene con el poema “El brindis del Bohemio”. Y enseguida mis pies comenzaron a temblar cual gelatina, no sabía en qué lugar del escenario pararme, si tenía que presentarme antes o ir directo al grano, si debía tomar el micrófono o dejarlo en su sitio. Todas estas dudas las habría aclarado si alguien más hubiera pasado antes que yo.
Aterrada frente al público, dije el título, primer verso y… adiós. Corrí del escenario despavorida y apenada por lo que había hecho, añadiendo que era perseguida por los aplausos de consolación que mis compañeros estudiantes emitían.
Cuando ingresé a la universidad, recuerdo que estaba entre una multitud de jóvenes en un pequeño auditorio de la facultad de comunicación, y al igual que yo, no teníamos ni idea de lo que estaba pasando a nuestro alrededor. Un maestro se subió a una silla y con voz fuerte dijo
-Por orden alfabético van pasar a entregarme su documentación en el siguiente orden… en el folder escriban su matrícula de nueve dígitos que les entregaron al inscribirse.
Cuando estaba analizando el breve discurso, escuche a lo lejos que decían Abad, 30 segundos después, Álvarez, y casi instantáneamente, Ávila. Apresuré el paso hasta llegar al escritorio donde estaban tres maestros, en tanto, trataba de acomodar mis papeles en el orden que había mencionado el profesor.
Cuando llegue a la mesa, una mujer me preguntó- ¿Cuál es tu matricula? Tienes que anotarla en el folder. – No la encuentro. Y con cara de asco me miró y continuó con el siguiente apellido, sin recibir mi documentación.
En este tipo de situaciones siempre desee que algún día ese pase de lista fuera una entrega de premios del más caro al más insignificante, así me correspondería algo bueno; pero ese día… no ha llegado. Pienso que el próximo pase de lista será cuando me suba al arca de Noé, en la salvación de la humanidad por un ataque de zombis, cuando entreguen los premio Nobel o de perdido cuando tenga subirme al camión. Ahí sí, ¡arriba el pase de lista!