El parque de la paz

Historias de Buró

Había escuchado varias veces de ese lugar, todo lo que mis ojos veían era exactamente como me lo habían platicado.
El “parque de la paz”, un espacio escondido de la multitud y la conglomerada ciudad parecía un refugio para aquellas personas que buscaban más que paz en sus vidas… solución a sus problemas, ayuda económica  o que alguien llegará y los matara para acabar con su agonía.
En cuanto recién pasé por aquel arco metálico que simbolizaba la entrada al escondido jardín, me di cuenta de la realidad de la vida. La ironía de ser nombrado el parque de la paz me llevó a creer que seguramente por eso estaban todos ahí, aquella inscripción en la entrada con el nombre era una burla para la sociedad que intenta “tapar con un dedo el sol”.
Desde la señora de unos 70 años con su mercancía de baratijas, la pareja bajo el árbol que a plena luz del día tiene relaciones, hasta el pequeño de ocho años corriendo por la acera, todos estaban sumergidos en el efecto de sus “monas” que ni se percataban de que alguien ahí los observaba cuidadosamente lamentándose su situación.
Aunque mi estancia ahí fue breve, me bastó para conocer como la prostitución y la drogadicción son cosas tan palpables y reales que se omiten en la cotidianidad de una vida mundana para los que por necesidad buscan pensar únicamente en ellos mismos.
Me marché del lugar tan pronto llegué, la paz no la encontré pero sí el dolor y odio por las causas (y personas) que han llevado a que un pequeño de ocho años lloré desvariando por no saber ni quiénes son sus padres, rogando por un poco de atención de aquellos que ni saben que está ahí presente y suplicado por un poco de esa dosis mortal.

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