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El oficio de reparar Niños Dios

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Reportaje/ Restaurando memorias
    •    Mariela sabe que algún día esta tradición podría terminar, debido al desinterés de las nuevas generaciones ante los temas religiosos, al final dependerá de cada persona el mantener viva la unión que se genera por los preparativos de la Candelaria


Con medio cigarro suspendido entre sus labios y el aerógrafo listo, Felipe Rodríguez Cruz artesano de Iztapalapa comienza a pintar uno de los 20 Niños Dios que yacen en su mesa de plástico, y de los otros tantos que esperan en las repisas de su negocio familiar en el Mercado Benito Juárez, para ser presentados ante la iglesia el próximo dos de febrero.
Felipe recuerda que desde pequeño siempre le gustó moldear y pintar a los niños que su papá arreglaba y con el paso del tiempo se unió al negocio, en el cual restaura en promedio entre 500 y 600 figuras cada año, más las piezas religiosas que fabrican desde cero.
Entre sus manos ya curtidas, manchadas de pintura y yeso, en 20 años de experiencia han pasado piezas provenientes desde pequeñas comunidades del estado, hasta una de Roma, Italia, a la que le guarda un cariño especial “unos señores compraron un niñito allá, que se llama niño de Belén, se lo trajeron acá y se les rompió, venia casi hecho pedazos ese costó un poco más de tiempo restaurarlo, pero quedó muy bien” narra Felipe mientras hecha una bocanada de humo al aire y nos muestra la figura con las piernas totalmente rotas.
Por su parte Mariela Soto, una joven que heredó junto a su hermana el negocio familiar y desde hace tres años restaura y viste a los niños de sus vecinas, narra para el Diario Plaza Juárez que lo más importante para ella no es la parte religiosa sino la unión familiar que trae consigo la tradición.
“Es padre que le puedas arreglar la herencia a otras personas, estos objetos son tan personales que guardan sus afectos, sus deseos y nosotros les ayudamos a que duren un poco más” menciona mientras nos muestra un niño envuelto en un zarape y que se encuentra casi en ruinas.
Reparado con cuanto adhesivo encontró la dueña, el pequeño Niño Dios con armazón de metal que Mariela debe limpiar, lijar, moldear, pintar y vestir es el último lazo emocional de la propietaria con su madre quien le heredó la figurita antes de morir.
Treinta años y cuatro generaciones lleva la familia de Brenda Itzel Hernández Pineda vistiendo a cada niño que los pachuqueños dejan en su puesto de la Plaza Constitución, donde entre estambre, tul, listones y viento de la capital se encarga de arreglar la fe y esperanza depositada por los dueños en la representación de Jesús.
“Muchos vienen con sus Niños Dios de muchos años, hay unos que los traen todos desgastados y no les importa, traen a sus niños que son de su abuela o bisabuela y no los cambian” menciona Brenda cuya bisabuela inició confeccionando los ropones blancos, las capas rojas del Señor de la Salud, las túnicas verdes de San Judas Tadeo y los bordados del Santo Niño de Atocha.
Brenda Itzel mantiene la esperanza de que la tradición no se acabe ya que tan solo el año pasado vistió aproximadamente mil niños, a diferencia de hace algunos años cuando sus tías pasaban sin persignarse por las nulas ventas durante las dos semanas que se instalan a un lado de la Iglesia de la Asunción.
Sin embargo, Mariela sabe que algún día esta tradición podría terminar, debido al desinterés de las nuevas generaciones ante los temas religiosos, al final dependerá de cada persona el mantener viva la unión que se genera por los preparativos de la Candelaria o dejar que se derrumbe como las piezas que cada año ella y Felipe restauran.

DATO 1:
Mariela sabe que algún día esta tradición podría terminar, debido al desinterés de las nuevas generaciones ante los temas religiosos, al final dependerá de cada persona el mantener viva la unión que se genera por los preparativos de la Candelaria o dejar que se derrumbe como las piezas que cada año ella y Felipe restauran
DATO 2:
Mariela Soto, una joven que heredó junto a su hermana el negocio familiar y desde hace tres años restaura y viste a los niños de sus vecinas, narra para el Diario Plaza Juárez que lo más importante para ella no es la parte religiosa sino la unión familiar que trae consigo la tradición