El nueve de Mixquiahuala, la primera ciudad mural

HIDALGO MURAL

Alimento, hospedaje y pintura para los artistas.

La tintura del misticismo, la lucha, y la vena latinoamericana se esparcen por los muros de casas, negocios, escuelas y zonas deportivas de la galería a cielo abierto más grande del país; el nueve de Mixquiahuala o la Colonia Morelos es la primera ciudad mural de México y el resurgimiento del muralismo.

Fue en 2014 cuando el Movimiento Internacional de Muralismo Italo-Grassi (MIM), encabezado por el artista Jesús Rodríguez Arévalo, en conjunto con los maestros José Ventura y José Corona Bruno miembros del grupo cultural “La fortaleza”, llevaron a cabo el Primer Encuentro Internacional de Muralismo, que dio a luz 30 murales de artistas de 11 países; distribuidos entre la escuela primaria y la avenida principal de la colonia.

El nueve de Mixquiahuala o la Colonia Morelos es la primera ciudad mural de México.

Esta localidad rodeada de mezquites, campos de ejotes, y canales de riego; que en el pasado fue centro de disputas entre los comuneros de Tepatepec y Mixquiahuala; hoy en día es el foco de atención de artistas locales e internacionales, que buscan año tras año llegar a “La morelos”, ofrecer su arte a los vecinos y nutrirse de la tierra mural mexicana.

Luis Fernando Espinoza, maestro y miembro de La fortaleza comparte para Diario Plaza Juárez, que el éxito del proyecto se debe a la sinergia entre la ciudadanía y la comunidad artística, relación que traspasan las fronteras territoriales, ideológicas, políticas e incluso lingüísticas para probar que el arte nos une.

El proyecto de La Morelos es financiado por los pobladores, quienes brindan hospedaje, alimento, pinturas y sus bardas a los muralistas, para que estos realicen sus obras sin costo alguno, sin la intervención de las autoridades gubernamentales o movimientos políticos para evitar a toda costa que la ciudad mural se convierta en herramienta política manteniendo la libertad creativa de los colonos y los artistas visitantes.

Mientras caminamos por las calles de mosaico cultural, Fernando nos cuenta la historia de cada mural, como el “Tlachiquero” primer obra cuya mirada de un joven campesino en escalas de grises te sigue a donde vayas; aquel dedicado a los 43 de Ayotzinapa cuyo boceto original fue cambiado tras la noche de Iguala que sangró al país entero, o la anécdota de la dama de las abejas quien murió antes de verse plasmada en tonos miel para narrar el ciclo mortal de nuestras vidas.

Por “La Morelos” ha pasado el pincel de los artistas hidalguenses Ricardo León, Víctor Flox Tlacuilo y T.R.B, cuyos tonos verdiazules emergen de los muros para hacer homenajes a Orozco, Siqueiros, al mundo sobrenatural y las raíces hidalguenses transformadas en hombres cuernudos.

A su vez la presencia de Latinoamérica palpita en las bardas que dejaron representantes de Perú, Nicaragua, Argentina, Chile, Bolivia y Paraguay, quienes renovaron el mural con técnicas de escultura, perspectiva, esgrafiado y la incorporación de mosaico en obras sobre educación, justicia social así como el rescate y reconocimiento de nuestras raíces prehispánicas tal es el caso de Jamadi!! mural que retrata el paso del pueblo otomí del valle del Mezquital; el viejo continente también tiene su lugar dentro de estos muros mexicanos gracias a la obra del artista francés Mystère Tutle, y el aporte de contingentes de España y Portugal, por su parte el continente asiático impregnó su legado con el pincel del artista indoamericano Venantius.

Cuatro encuentros han pasado, más de 25 países dejaron huella en muros, postes pintados en conjunto con niños de La Morelos, caminos de piedra y árboles repletos de coloridos Xamues, más de 170 murales prevalecen al paso del tiempo, al capricho del clima y la propaganda política que ahogaba sus calles en el pasado, para convertir a esta pequeña colonia anclada en la Sierra Madre Oriental en la continuación del fuego muralista de David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Diego Rivera y el Dr. Atl.

“El arte habla y la gente lo está escuchando”: Lina Arias

La colonia Morelos en Mixquiahuala de Juárez, Hidalgo, no es el único proyecto de intervención urbana a través del muralismo que existe en América Latina; la ciudad de Bogotá en Colombia desarrolló desde 2011 la planificación del distrito Graffiti en Puente Aranda, con la finalidad de derribar estigmas sobre el arte urbano y convertir a la urbe en un espacio de expresión.

La artista colombiana Lina Arias ha viajado por el continente retratando personajes surrealistas que se entremezclan con los aspectos étnicos de los lugares que visita, como sus primeros habitantes indígenas, sus creencias, rituales, vestidos o adornos, ello para expandir nuestra visión sobre lo que es ser latinoamericano.

“Somos resultado de una mezcla de culturas, razas y costumbres que llevamos desde siempre, los límites y etiquetas que hemos puesto sólo se han encargado de separarnos como humanos”.

Entre las ciudades que el pincel de Arias ha retratado se encuentra Pachuca de Soto en el año 2016, cuando fue invitada por Came Moreno para dar a conocer su trabajo en caballete y realizar murales en las calles de la capital.

Durante su estancia en la Bella Airosa, capital hidalguense, Lina encontró los inicios de un proyecto parecido al que se realiza en Bogotá, con trabajos como el macro mural de Palmitas, y las obras en Río de las Avenidas, Sendero de las Américas o la colonia Doctores, que muestran un esfuerzo por llenar a la ciudad de color e impulsar el movimiento artístico local.

Para esta artista de espíritu onírico, el renacer del movimiento muralista en América Latina se debe a varios factores, pero en particular al impacto que crea la obra en la gente que habita la zona intervenida, quienes se involucran en la concepción de las piezas al punto de transformarlas, realizarlas y apropiarse de ellas como estandartes de identidad colectiva.

“Como artista lo veo (muralismo) como una técnica de expresión exquisita que te acerca a la comunidad, a la calle, a la vida real… es un brazo más del arte que se abre a todos”, dijo.

A través de sus viajes de color por Colombia, Ecuador, Brasil, Chile y México, Lina Arias es testigo de la creación de un nuevo legado histórico-cultural de Latinoamérica impulsado por una sociedad civil que escucha las nuevas propuestas artísticas.

Quien adopta el muralismo como un estilo de vida, conoce, aprende, cae, sube, y debe asumir con responsabilidad, la tarea de plasmar una imagen en el espacio público.

Los angelicales personajes de Lina despliegan sus plumas por los muros del centro histórico y los barrios de Pachuca para derribar estigmas con respecto al arte urbano, donde el graffiti se convirtió en una de las expresiones con mayor difusión dentro de la obra monumental y en tema de discusión legal, debido a su concepción de vandalismo.

“Ahora el muralismo es más para el pueblo”: Ricardo León

Entre el olor a pólvora quemada, la sangre derramada en busca de justicia y la transformación de la nación después de la Revolución, nace el muralismo mexicano, como mecanismo de cambio en el que instituciones y artistas arrebataron el arte de las garras aristocráticas para otorgarlo al pueblo.

Sin embargo, estos cantos a la revolución, la democratización del arte y a la educación de un pueblo necesitado de saber, se desmoronaron por el control creativo y presión económica del estado, ejercidos sobre los artistas, desembocando con el paso del tiempo en un letargo del muralismo mientras surgían nuevos movimientos.

Es hasta la llegada de la década de los sesenta cuando el graffiti tomó las calles para enviar mensajes subversivos a los gobiernos y la sociedad, a través de las latas de aerosol y bajo el manto de la clandestinidad de la noche.

 

 

Ricardo León, artistas multidisciplinario hidalguenses, comparte con Diario Plaza Juárez la transformación del muralismo y el graffiti en nuestros días.

“Anteriormente el muralismo estaba más enfocado al nacionalismo por intereses políticos, pero hoy en día es más para el pueblo, porque se hace, se construye y se saca desde el pueblo”, menciona Ricardo un joven de piel caoba y pacíficos ojos amielados.

De acuerdo con León, el mural en un sentido clásico debe cumplir con tres factores, denominados “tres P”, debe ser público al estar dirigido al pueblo, político en su mensaje y participativo, porque involucra a la sociedad en la creación de la obra, desde quienes brindan los espacio para intervenir o ayudan a limpiar los muros, quienes dan su comida y sus hogares para albergar por un breve tiempo a los artistas, los que donan galones de pintura o quienes trazan con su propia mano la obra.

“Algunos muralistas solo van a los encuentros a pintar y te sonará gracioso pero no solo vas a pintar, el muro es solo un pretexto porque tú vas a compartir, a convivir”, menciona León sobre su experiencia en la Colonia Morelos, que le demostró los lazos que se pueden crear entre  los artistas y la ciudadanía para la la preservación de un nuevo patrimonio.

En la actualidad existe otra vertiente del movimiento que olvida esas “tres P” para enfocarse en mejorar la imagen urbana; el muralismo decorativo que toma las calles de la ciudad de los vientos para hacer suyos los espacios destinados anteriormente a la publicidad, propaganda o sobrevivientes del desgaste del tiempo, para contar historias de color, forma y texturas plagadas de mito, sueño y fábula latente.

 

 

Graffiti ¿Vandalismo o arte subversivo?

Desde “Puto gobierno opresor”, “estado asesino”, “atrapado en libertad” hasta “te amo, Jaqueline” son algunos de los mensajes que yacen en las paredes de casas, instituciones, bancas y parques de las ciudades del país, mensajes entre la protesta social, la difusión poética y la comunicación bajo la bandera del graffiti, una corriente que divide opiniones entre vandalismo y arte.

El graffiti nació a finales de los sesenta con la implementación del tagging (plasmar el nombre del artista urbano) como movimiento contracultural  perteneciente al hip hop e impulsado por jóvenes de Nueva York en busca de una expresión de identidad, para después ser retomado por artistas de galerías en pro de los derechos civiles, de la lucha social y de su reconocimiento como nueva corriente.

Debido a su naturaleza clandestina, el graffiti es considerado por los gobiernos y un grueso de la población como vandalismo,  medio de comunicación entre grupos delincuenciales y una práctica que brinda mala imagen a las urbes, por lo que se ha criminalizado su práctica.

En Hidalgo el graffiti fue incluido por el congreso local en el artículo 223 bis del capítulo IX bis del Código penal estatal, con una sanción de seis meses a un año con seis meses de prisión, de quince a cincuenta días de trabajo comunitario y de veinte a  ciento veinte veces de multa economica dependiendo del daño, en caso de reincidencia la sanción es de uno a tres años de prisión y la multa se incrementará hasta un cincuenta por ciento, de acuerdo al monto del daño ocasionado.

Para Ricardo León, el graffiti contestatario no existe en Hidalgo pero reconoce que hay artistas urbanos con gran técnica que han incursionado al muralismo decorativo brindando acervos visuales a la entidad, pero también —-  existen grupos de “graffiteros” que se dedican a pisar murales o rayar bardas de vecinos por el simple hecho de ser una práctica clandestina, olvidando la parte de crítica, política, y social del movimiento.

Uno de estos caso es el mural “Por la democracia, el trabajo y la soberanía nacional” del hidalguense José Hernández Delgadillo en la escuela primaria Presidente Alemán, los colores terracota, ocres y azules de la lucha obrera yacen descarnados del muro, el tagging blanco, plateado y verde del aerosol, cruzan los rostros de sus protagonistas, un mural convertido en cadáver en descomposición, a la vista de todos los transeúntes, aferrado desde 1995 a la vida y desprendiéndose de ella a la espera de salvación.

La llamarada de Siqueiros

Se cuenta que en su lecho de muerte, el artista David Alfaro Siqueiros dejó la encomienda de crear una escuela de muralismo en México y que su estudio en Cuernavaca, “La tallera”, fuera la partera de los futuros herederos de la llamarada muralista.

Aquella tarea quedó en manos de sus discípulos Alberto Híjar Serrano, Armando López Carmona y José Hernández Delgadillo quienes se vieron en una lucha por abrir el estudio tras las acusaciones sobre la participación de Siqueiros en el asesinato de Trotsky y la posterior adquisición del inmueble por el INBA, quien lo convirtió en museo y absorbió su fideicomiso.

Sin embargo, el maestro muralista logró que su llama se mantuviera latente durante tres generaciones hasta avivarse 43 años después de su muerte con la inauguración de la escuela de muralismo Siqueiros, única institución de su tipo en México y que se encuentra en la comunidad de Poxindeje en el municipio de San Salvador, Hidalgo.

Jesús Rodríguez Arévalo, catedrático del Instituto de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH) y miembro del Movimiento Internacional de Muralismo Italo Grassi (MIM), en conjunto con los maestros Janneth Calderón Becerra, Marco Hernández Hernández, José Luis Rodríguez Arévalo y Alberto Torres iniciaron el proyecto de la escuela en simultáneo con los trabajos de la primera ciudad mural de México en la colonia Morelos de Mixquiahuala.

“Nuestros maestros, Alfredo Zalce, Armando López Carmona y José Hernandez Delgadillo, expresaban que debía existir un lugar donde se plasmara y se pudieran formar los muralistas del futuro, nosotros asumimos esa labor y fundamos la escuela” menciona Arévalo sentado en una de las esquinas de su oficina-aula, de cuyos muros blancos cuelgan obras de caballete, con el piso repleto de lienzos, botes de pintura, lonas y mesas con bocetos, pinceles; tras de él se vislumbra el símbolo de la institución, un águila convertida en fuego y hojas, una llamarada errante de libertad, esperanza y cambio.

Fue durante su participación en la colonia Morelos, Mixquiahuala en 2013, cuando el colectivo MIM emprendió la búsqueda del lugar que albergaría la escuela de muralismo. Encontrando su primer hogar temporal en los muros de la primaria Pensador Mexicano de la comunidad de Poxindeje; con ayuda del entonces delegado y biólogo Raymundo Cervantes y el director de la institución educativa, Humberto Moctezuma.

Durante tres años los maestros alternaron ambos proyectos, dejando un legado de 23 murales en la primaria, convirtiéndola en la primera institución de educación básica con mayor obra pictórica en el estado. Posteriormente se reunieron con la comunidad para charlar sobre el proyecto de la escuela, y tras una votación unánime se otorgó un comodato de siete años para tomar las instalaciones de una la antigua escuela primaria Ignacio Altamirano, en el centro de la localidad, con la condición de brindar actividades que beneficien a la juventud.

Don Gregorio Torres Pacheco, habitante de Poxindeje, compartió con diario Plaza Juárez el impacto del proyecto en la ciudadanía, la cual se ha visto beneficiada con los encuentros internacionales de muralismo que realiza la escuela, días en los que se viven un intercambio sociocultural entre los artistas y la comunidad, sembrando, nutriendo y haciendo crecer la semilla del arte.

La población no solo dio su aprobación para el proyecto sino también brinda su mano de obra todos los domingos durante las faenas para la restauración de la escuela; en palabras de don Goyo, el ayudar en la rehabilitación permitirá que el proyecto crezca más allá de Poxindeje, beneficiando a todos los involucrados.

Algunas personalidades y autoridades han cuestionado a los maestro sobre el por qué fundar la escuela en Poxindeje en lugar de hacerlo en la Zona Metropolitana de Hidalgo, a lo cual Arévalo argumenta que esta institución es un ente vivo fundamentado por la comunidad, que se nutre, crece, aprende y enseña gracias a ella, por lo cual no tendría caso establecerla en un lugar que ya posee una oferta, mientras que las localidades más alejadas están necesitadas de arte.

Cambio, libertad y esperanza para el futuro

Para los maestros muralistas de Poxindeje, hoy en día debe existir un cambio en cómo se concibe y realiza la obra pictórica monumental en el país, alejándose de la concepción de que el mural está ligado al gobierno en turno y acercarse a la crítica social regresandole su voz al pueblo mexicano, mediante imágenes metafóricas.

Valores como libertad, reflexión sobre el mundo y esperanza por el futuro buscan emerger de los pinceles, colores y formas de las nuevas generaciones que se forjan desde la institución educativa, la cual a un año de abrir formalmente sus puertas, logró estancias internacionales con miembros del MIM en Argentina, la muralización de la comunidad con más de 10 obras, jornadas culturales, la participación en los encuentros de muralismo internacional con sedes en Calnali, San Salvador y Francisco I. Madero donde participaron representantes de Perú, Chile y Argentina, así como la expansión de la oferta educativa.

El objetivo de Jesús Arévalo y sus compañeros es que en un par de años la escuela quede en manos de la comunidad que les ayudó a levantarla, que ellos la nutran y la hagan crecer manteniendo viva la llamarada muralista que juntos reavivaron. “nosotros solo estamos de paso, las generaciones van avanzando y ellos se van tendrán que dirigir sin la presencia de nosotros, pero sobre la misma línea, trabajo comunitario, impacto social y la comunidad manda”

Antes de irnos de la comunidad, el maestro Arévalo nos presenta a un miembro más de su equipo, “La muralera” una camioneta con caja seca en cuyo interior no solo alberga pintura, lonas, escaleras y pinceles, sino una idea que ha recorrido caminos de todo tipo para ser una realidad: la muralización de todo el estado.

Las mujeres de la piedra floreada y la muralización de Hidalgo

Arriba de “La muralera” una camioneta modificada para almacenar material de arte, nos dirigimos por uno de los tantos caminos de terracería del municipio de San Salvador en el estado de Hidalgo. Nuestro objetivo es conocer a las mujeres de la piedra floreada que habitan en las faldas de las montañas de cal, mujeres en busca de preservar a través del arte las tradiciones, historia e identidad de su comunidad, Dengandhó de Juárez.

Rosa Martinez Villa, primera delegada en la historia de Dengandho y Lucy Hernández, organizadora de la feria patronal; llegaron a las puertas de la Escuela de Muralismo Siqueiros con sus ahorros y la misión de extender el mural que el gobierno de San Salvador y los maestros tenían planeado en la localidad como parte del proyecto de muralización municipal. Para los pobladores el trabajo de los muralistas revivió viejos sentimientos, tradiciones e historias guardadas solo en sus memorias, aquellas de las mujeres que se quedaron a convertir la piedra en cal, mientras los hombres partían al Río Bravo.

“Prefieren su cultura que otras cosas, es como dejarles algo a nuestros hijos, que tal vez ellos no llevan a cabo pero que nosotros practicamos, tal vez no al cien pero aún se hacen” comenta con una sonrisa de oreja a oreja Doña Rosa, mientras nos muestra lo plasmado en el quiosco frente a la iglesia de Dengandhó, el paisaje del Valle del Mezquital, el proceso de la cal, los tlacuaches que habitan en la región y en el centro de todo el rostro de un recién nacido siendo cargado en la espalda por su madre, una tlacualera (la encargada de llevar la comida a los trabajadores); en esos ojos negros los pobladores ven reflejado al nieto de Rosa y a las mujeres de la región.

El proyecto “La piedra que florea” estuvo bajo el pincel de la maestra Jannet Calderón, miembro fundadora de la escuela de muralismo Siqueiros; quien buscó retratar a las mujeres indígenas de Dengandhó, mujeres fuertes que labraron los campos, mujeres que picaron y hornear las rocas de sus cerros para llevar un sustento a sus hogares, mujeres que criaron a sus descendientes con la esperanza de tener un mejor futuro a pesar de la adversidad, esas mismas mujeres que hoy en día buscan preservar sus tradiciones, enaltecer su sangre indígena y fortalecer los lazos de la comunidad.

“Lo que se pintó es la cultura de aquí, lo que se ha vivido, las personas, su pasado. Somos gente humilde, gente representativa del valle del mezquital y todos hacemos un gran trabajo para preservar nuestras tradiciones” menciona Lucy Hernández organizadora de la feria patronal de Dengandhó, para quién es vital que sus raíces indígenas se mantengan vivas con el pasar del tiempo, que el otomí, su lengua madre retumbe más allá de las montañas y ríos de Hidalgo, mientras la marginación enclavada en su tierra sea tragada por el olvido.

Sergio “Puma” Herrera es originario de la comunidad de Santiago del Estero en Argentina, desde hace dos años colabora con la escuela de muralismo Siqueiros y es uno de los artistas que prestaron su pincel para la obra colectiva en Dengandhó y el proyecto de muralización municipal en San Salvador. Desde su perspectiva la colaboración que se suscitó entre los habitantes y ellos es el ejemplo de lo que debe ser el muralismo hoy en día, la representación de la identidad de una población en la que el artista sea mediador y no protagonista.

“El venir a México es un sueño para alguien que pinta, como el del pibe que busca jugar en el mejor equipo de fútbol del mundo; pero el que te inviten a pintar, a rescatar la cultura de una comunidad demuestra la grandeza y la humildad que tiene el pueblo mexicano y que no se ha perdido con los años” menciona con alegría Sergio quien antes de este trabajo intervino en otros dos comunidad, en cuatro encuentros de la colonia Morelos en Mixquiahuala, Tepeji del Río, Guanajuato y Cozumel.

Los pobladores de la comunidad lijan, pican, mezclan los colores y pintan los muros de ese quiosco que en algunas ocasiones también ha funcionado como cárcel. Lanzan chistes y canciones para aminorar el duro golpe de ese sol tan característico del valle que curte la piel, comparten el mate y el pulque en una convivencia que jamás pensaron que ocurriera, porque solo el arte derriba fronteras en los tiempos en que los “líderes” buscan crearlos.

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