Mochilazo en el tiempo
A poco más de un año de que entrara en vigor la ley de circo sin animales, José Manuel, un domador con más de 11 años de experiencia, relata lo que es su vida en este arte
Al acudir a una función de circo, el acto más esperado era el número de los tigres. Una reja que rodeaba la pista separaba a los felinos del público que se mantenía al borde del asiento viendo cómo el domador los hacía pasar por un aro. También se disfrutaba de los elefantes que elevaban una pata como saludando o cuando mantenían su peso sobre una extremidad; o de los perros amaestrados, osos y gorilas. Pero luego de que entrara en vigor la nueva ley de circos sin animales en la Ciudad de México, en 2015, los espectáculos circenses cambiaron.
Los primeros circos fijos en el país
El Circo Olímpico de José Soledad Aycardo fue el primer circo mexicano que nació en 1841 y que se presentó por más de 25 años. Su propietario era titiritero, payaso, acróbata y ecuestre. Después de la industria circense nacional comenzó a crecer, un ejemplo de ellos es el famoso Circo Atayde que ha hecho presentaciones desde 1888. Con 128 años de vida aún tiene presentaciones.
Un circo curioso fue el Modelo de Francisco Beas, que en 1913 fue apoyado por Pancho Villa, quien donó 23 vagones de ferrocarril como muestra de agradecimiento después de que este circo ofreciera funciones gratuitas para los revolucionarios en Chihuahua.
El arte de domar a las bestias
Los actos con animales eran la máxima atracción con la que contaban los circos. En entrevista para El UNIVERSAL, el domador José Manuel Lam, de 19 años de edad, contó que para ser domador se tiene que empezar desde abajo, “desde limpiarles el corral, darles agua y comida, atenderlos si están enfermos, tiene que ver todo”.
Desde que nació, José Manuel tuvo contacto con la vida circense, siempre viajó con su familia por toda la República presentando funciones en el circo familiar. Instruido por su padre, comenzó su entrenamiento como domador de animales cuando tenía ocho años. Su primera presentación fue a los 12 en Gómez Palacio, Coahuila.
“Siempre me han gustado los animales y desde chiquito me tocó ver, con el número de mi papá que era con tigres, como se criaban y todo; vivían prácticamente ahí con nosotros, pero solo cuando estaban cachorros, ya de grandes tenían sus jaulas”.
Su padre tuvo su propio circo, ha sido domador durante 30 años y fue la única persona que metió un gorila en la pista de un circo en América Latina. Su nombre era King.
En un día de entrenamiento, José Manuel tenía que levantarse a las siete u ocho de la mañana, alimentar a los animales y dejarlos descansar de dos a tres horas para poder continuar con el ensayo diario. “Para entrenar a un tigre teníamos que estar ahí con ellos desde que tenían cuatro meses, dándoles la comida y todo para que no les dé desconfianza y no te vayan a rugir o morder, así se van acostumbrando a que estés con ellos. Son animales salvajes y debíamos tener respeto, porque por más que los tengas domesticados les puede salir el instinto y no es culpa de ellos, es culpa nuestra”. Cuando alguno de los tigres “se ponía bravo” antes de la función decidían que era mejor no sacarlo para evitar accidentes.
Después de entrar en vigor la ley que prohíbe los animales en el circo, los 15 tigres blancos que cuidaron desde cachorros fueron llevados a una bodega en Hidalgo, donde ahora reside la familia Lam. Ahí estuvieron hasta que se vieron en la necesidad de venderlos, a excepción de uno que conservan junto con siete caballos árabes, tres ponis y un percherón. Para José Manuel es importante que a los animales se les dé un trato digno. “Me llegué a pelear con mucha gente del circo porque no les daban el trato correcto a los animales, el que merecen porque son seres vivos”. Y aunque él puede seguir trabajando algunas veces con sus caballos en ferias, otros de sus amigos domadores no corrieron con la misma suerte.
La función debe continuar
La Ley General de Vida Silvestre que entró en vigor el 8 de julio de 2015 y prohíbe el uso de animales en circos en la ciudad causó polémica entre quienes estaban a favor y quienes criticaban el mal trato que, aseguraban, sufrían las bestias en estos lugares. Lo cierto es que varios circos de la ciudad han implementado nuevos actos, como Truxon el gorila robot de nueve metros de altura que se presentó en el Circo Atayde. Así es como la función ha continuado.