HOMO POLITICUS
Camino por una calle cualquiera y de manera enfermiza se agolpan las imágenes de los puestos de periódicos y de las pantallas de los comercios que anuncian que la construcción del muro fronterizo se profundizará hasta crear una nueva “cortina de hierro”.
Siempre me ha sorprendido la maldad desde que en mi infancia la dictadura militar en mi país fue capaz de acallar al pueblo y asesinar la vida y la verdad; quizá, por ello me cuesta trabajo entender la naturaleza humana en sociedad, en las estelas del dominio y la sujeción como explicación del uso del poder y la política.
Tan igual el color de la sangre como el aire que respiramos, tan brillante el sol desde la Patagonia hasta el horizonte en Tijuana, tan cercano Dios desde cualquier religión al hombre.
Veo a los niños jugar y convivir en la empatía de un avión de papel, veo sus sonrisas, tomados de las manos en un jardín, sin posturas opuestas, sin armas, sin muros, en la paz que dan los ojos de la bondad infinita.
Pero, veo la guerra y el odio en los hombres, los apetitos del mercado, el desencuentro de la bota en el cuello, la asquerosidad que entraña la corrupción y la desolación que genera el hambre.
¿Cómo replantear al hombre en la tierra?
Me cansa el conflicto y la ignorancia, me estremece la pobreza y la desigualdad y, lo que es peor, lo diminuto de mis palabras.
El muro, tan brutal como la narrativa de la novela de Sartre, tan desgarrador como el canto General de Neruda y tan cruel como Auschwitz.
¿Alguien puede evitar el ruido del mar?, ¿es posible contener la lluvia?, ¿se le puede quitar el aliento y el gorjeo al sonido de las aves?
La tierra no es del hombre, el hombre es de la tierra; nuestras vidas son nuestras; nadie podrá jamás, definitivamente, cercenar la verdad ni negar la palabra libre.