
Familia política
“La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color”.
Rubén Darío.
De vez en cuando es sano dejar de escribir de pejes, lagartos y otros animales de la vida real, para buscar en la historia de la Literatura, en este caso, Hispanoamericana, un poco de fantasía poética; un mundo de imaginación y metáforas que por alguna inexplicable razón hoy, precisamente hoy, despertaron en mi mente, en donde se encuentran dormidas (a veces hasta sueñan) desde los lejanos días de aprendizaje y enseñanza de éste singular arte.
La palabra Modernismo, su connotación lógica y sociológica, nos lleva inmediatamente a evocar la figura del nicaragüense Rubén Darío, quien tuvo y conserva para sí, la gloria de ser el máximo representante de esta corriente, que se considera la primera y única aportación de Hispanoamérica a la Literatura Universal. Darío, con su lenguaje de princesas tristes, de cortejos triunfales, castillos de diamantes, rebaños de elefantes, kioscos de malaquita y mantos de tisú… nos hace meditar también en los motivos que tuvo El Lobo de Asís para justificar su vida de terrible depredador, al compararse con la hipócrita actitud del género humano, quien se dice piadoso y compasivo y lo es, con los humildes y desvalidos, pero cuando un ser fuerte, por su propia voluntad deja de serlo, es vilipendiado, maltratado, escarnecido por aquéllos que se han comprometido a protegerlo.
El Modernismo es eso: lenguaje elegante, exótico, onírico… pero también es mucho más. Por ejemplo, es poco conocida la imagen de Pablo Neruda en este movimiento: “Desde el fondo de ti y arrodillado un niño, triste como yo, nos mira. ¡Yo no lo quiero amada! para que nada nos separe, que no nos una nada”.
Grandes y numeroso son los nombres de los hombres que forjaron el Modernismo a finales del Siglo XIX y principios del XX. Inclusive llegó a tener vigencia en el viejo continente. En este espacio me remito a transmitir una somerísima visión de algunos cuantos poetas latinoamericanos que tienen un lugar en esta importante corriente.
Sí, el mundo literario recuerda figuras como la del potosino Manuel José Othón, quien fue precursor con sus libros, pero principalmente con su poesía en la que vive su inmortal serie de sonetos IDILIO SALVAJE (perfectos al decir de los críticos de todos los tiempos)
¿Por qué a mi helada soledad viniste
cubierta con el último celaje
de un crepúsculo gris?… Mira el paisaje,
árido y triste, inmensamente triste.
Si vienes del dolor y en él nutriste
tu corazón, bien vengas al salvaje
desierto, donde apenas un miraje
de lo que fue mi juventud existe.
Mas si acaso no vienes de tan lejos
y en tu alma aún del placer quedan los dejos,
puedes tornar a tu revuelto mundo.
Si no, ven a lavar tu ciprio manto
en el mar amarguísimo y profundo
de un triste amor, o de un inmenso llanto.
Y hablando de precursores, se hace obligada la mención del controvertido Salvador Díaz Mirón; eximio poeta que mató a un ciudadano porque le indignó que maltratara a un burro. Famoso por sus ataques tempranos a Victoriano Huerta. Sus detractores lo acusan de veletismo y alta lambisconería, porque después, desde las páginas del diario El Imparcial, que él dirigía, escribió (o se las atribuyen) las siguientes líneas: “Hoy estuvo en nuestra redacción el magnánimo Presidente Victoriano Huerta y a su paso dejó un perfume de gloria”. Seguramente no se refería a la misma GLORIA a quien dedicó sus famosos cuartetos:
“No intentes convencerme de torpeza
Con los delirios de tu mente loca.
Mi razón es, al par, luz y firmeza:
Firmeza y luz, como el cristal de roca”.
Diaz Mirón también dejaba que de su pluma surgieran líneas cargadas de sensualidad:
“Yo quisiera ser mar y que en mis olas;
Que en mis olas vinieras a bañarte,
Para poder, como lo sueño a solas,
A un mismo tiempo por doquier besarte”.
Así, el Modernismo Literario quiso romper con sus antecedentes históricos, románticos y decimonónicos; buscó la trascendencia hacia el futuro. Rubén Darío representó la cumbre; el mexicano Amado Nervo fue uno de sus seguidores más ilustres; escribió su célebre poema EN PAZ.
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida.
Porque nunca me diste, ni esperanza fallida,
Ni trabajos injustos, ni pena inmerecida.
Porque veo al final de mi rudo camino
Que yo fui el arquitecto de mi propio destino.
Enrique González Martínez pretendió poner el punto final al acta de defunción del Modernismo, cuando escribió su soneto TUÉRCELE EL CUELLO AL CISNE (ícono del Modernismo)
Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje
que da su nota blanca al azul de la fuente;
él pasea su gracia no más, pero no siente
el alma de las cosas ni la voz del paisaje.
Huye de toda forma y de todo lenguaje
que no vayan acordes con el ritmo latente
de la vida profunda… y adora intensamente la vida,
y que la vida comprenda tu homenaje.
Mira al sapiente búho cómo tiende las alas
desde el Olimpo, deja el regazo de Palas
y posa en aquel árbol el vuelo taciturno…
Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta
pupila, que se clava en la sombra, interpreta
el misterioso libro del silencio nocturno.