EL MERCADÓLOGO

EL MERCADÓLOGO

De datos y privacidad

Algunas veces perdemos la perspectiva sobre cómo funciona el mundo en Internet, y creemos que las redes sociales tienen el deber de actuar con imparcialidad, justicia o equidad. Pero no podemos olvidar que detrás hay una empresa buscando rentabilidad. Dicha rentabilidad viene de realizar una transacción económica, aunque no seamos conscientes de cuál es el producto que ofrecen dichas empresas. Y no es otro que la información.

En el momento que nos registramos en una red social, descargamos una aplicación en nuestro teléfono celular, o incluso accedemos a alguna página web, se nos solicita autorización para una serie de acciones que normalmente no nos detenemos a leer. Simplemente hacemos clic en el botón de “aceptar” y seguimos realizando lo que teníamos pensado hacer en la plataforma a la que accedemos. De no aceptar estas condiciones, no podríamos continuar con nuestra navegación. Esto es similar al cartel de “nos reservamos el derecho de admisión” que se suele poner en algunos restaurantes.

En 2020, Facebook declaró haber conseguido unos ingresos anuales de 86,000 millones de dólares. Sin embargo, estoy seguro de que ninguno de mis lectores ha pagado por abrir un perfil en esta red social. ¿De dónde, entonces, provienen dichos ingresos? De la información que proporcionamos todos y cada uno de sus usuarios. Al otorgar nuestra autorización, estamos permitiendo que nuestros datos sean utilizados para fines comerciales. Gracias a ellos, se puede ofrecer a los anunciantes una forma más eficaz de impactar a su público objetivo, ya que permite realizar una segmentación mucho más detallada que si solo se utilizan factores sociodemográficos.

Pero el uso de todos los datos que proporcionamos vía digital va más allá: permite a las marcas volver a impactar a un usuario con la imagen de algún producto que le ha parecido atractivo; ayuda a realizar impactos publicitarios sobre perfiles similares a los que suelen estar interesados en la marca o incluso ayuda a incrementar el total de personas impactadas por una campaña en concreto, mostrando en internet la publicidad de dicho producto a quienes no la hayan visto por la televisión.

Como usuarios, parece que nuestra privacidad se ve vulnerada constantemente, pero recordemos que el punto inicial para todas estas acciones es nuestra autorización. Es verdad que, si no otorgamos dicho permiso, nos cerramos la posibilidad de interactuar con nuestros familiares y amigos, o de tener acceso a unos contenidos que nos resultan relevantes. Parece que estamos obligados a acceder a este intercambio de información, aunque no estemos de acuerdo en las condiciones. Es deber de nuestros gobernantes establecer los límites jurídicos hasta donde las empresas pueden llegar en cuanto a protección de datos.

Si bien es cierto que, para los intereses comerciales de las empresas, los datos con mayor sensibilidad en materia personal no son necesarios. Es mucho más interesante conocer el perfil comercial del usuario que está detrás de la pantalla que su nombre o su localización exacta. Pero tampoco podemos perder de vista que internet es un escaparate para todo el mundo, y que todo lo que se comparte en redes sociales puede ser visto, de una u otra forma, por otras personas. La única información que está a salvo es la que no se comparte.

Related posts