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EL MERCADÓLOGO

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EL MERCADÓLOGO

De mandar y liderar

Mi mujer se burla de mí porque en muchas situaciones hago símiles con el fútbol. ¿Qué le voy a hacer? Es un deporte que me gusta. Pero tengo que aclarar que no solo me gusta el ambiente que se genera. Tengo la suerte de contar con un papá que me enseñó sobre tácticas, estrategias, habilidades de los diferentes jugadores, movimientos, técnica individual y muchos otros detalles que al aficionado que solo va al estadio a gritar e insultar se le suelen escapar.

Dentro de esos detalles, hoy quiero mencionar uno que suele pasar desapercibido: la forma como los equipos eligen a su capitán. Parece algo menor, pero suele decirnos mucho sobre cómo funciona el grupo. Es que el trabajo del capitán va más allá de posar en la foto con el capitán del otro equipo y los árbitros, o elegir la portería que se quiere comenzar defendiendo. También es un referente para los demás jugadores, es el que pone orden en el campo, el que transmite las ideas del entrenador, el que les indica si deben tener tranquilidad o, por el contrario, deben poner más nervio en las jugadas. Es, en definitiva, el líder del equipo.

Hay muchas formas de decidir quién tomará ese rol dentro de la cancha: algunos son elegidos por votación entre todos los jugadores; otras instituciones tienen como costumbre nombrar capitán al jugador que lleve más tiempo en el equipo; y en muchos de los casos es el propio entrenador el que nombra a quien será el máximo representante del equipo dentro del campo de juego.

Como es lógico, todos los métodos para hacer esta selección tienen sus ventajas y desventajas: en muchas situaciones puede terminar llevando el brazalete una persona que carece de autoridad sobre el resto de los integrantes del equipo, haciendo que el resto del equipo no tenga un referente sobre cómo debe de comportarse en determinados momentos del encuentro. En otras, al ser un nombramiento vertical, es decir, decretado por una autoridad superior, puede ocasionar roces hasta ese momento inexistentes.

El liderazgo, aunque como bien dicen muchas escuelas de negocios, se puede aprender y desarrollar, es mucho más fácil implementarlo cuando se tienen una serie de cualidades innatas. Un buen líder es empático con todo el equipo, tiene carisma para que el resto de los integrantes del grupo lo sigan, sabe organizarse y organizar a los demás, tiene un alto autocontrol emocional, es justo en sus decisiones, sabe cuándo hay que enfrentarse a otros y cuándo es mejor pasar por alto algunas provocaciones.

Todas estas características, más muchas otras, se pueden practicar. De hecho, gran parte de ellas se van moderando y aprendiendo con el paso de los años. Pero no necesariamente un líder tiene que ser una persona de edad avanzada. Para que ambas cualidades vayan de la mano, se tiene que haber aprovechado y aprendido de todas las experiencias vitales. Y sabemos que no todo el mundo es capaz de sacar las lecciones necesarias, ni mucho menos ponerlas en práctica.

Estoy seguro de que, mientras estás leyendo esto, te viene a la mente ejemplos de líderes natos, no solo en referencia a personajes conocidos; también en nuestro recorrido profesional nos encontramos con gente que, teniendo el cargo necesario, cumple con todas estas cualidades. Y, por el contrario, muchas veces vemos ejemplos de personas que, aún con la edad y el cargo correspondiente, no son capaces de ejercer como líderes. Aquí es cuando encontramos jefes autoritarios, que necesitan imponerse por la fuerza, ya que carecen de las habilidades necesarias para conectar con su equipo y dirigirlo de forma convincente hacia sus objetivos.

Es que un buen líder nace, pero también se hace.