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EL MERCADÓLOGO

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EL MERCADÓLOGO

De mejorar y avanzar

Antes de comenzar con esta columna, le pediría, amable lector o lectora, que se coloque bien su cubrebocas. Ya sabemos que se llama cubrebocas, pero también tiene que tapar la nariz. Tiene que estar bien sujeto: nada de que deje huecos o se caiga. Hágalo a conciencia, porque este que escribe, en este momento es positivo, como seguramente la gran mayoría de su entorno, o incluso usted mismo. También, como está siendo habitual en esta ola, soy de los casos leves, que no he requerido hospitalización ni mayores tratamientos médicos que descanso, Paracetamol y esperar a que remitan los síntomas.

Desafortunadamente, mi enfermedad ha derivado en un trastorno para nuestra vida cotidiana. Pero no puedo quejarme: afortunadamente, mi red cercana de familia está haciendo esfuerzos extras para que yo pueda mantener mi aislamiento social y lleve mi recuperación. A su vez, las medidas de seguridad que tomamos han funcionado, ya que no he contagiado a nadie más a mi alrededor. También hemos contado con suerte, porque evidentemente no he llevado cubrebocas dentro de casa.

Hace ya casi dos años, cuando este virus comenzó a irrumpir en nuestra vida, transformándola completamente, escuché muchas veces una frase que, durante varios meses, se convirtió en un mantra: «de esta saldremos mejores». Pero claro, eran esos inicios en los que aún éramos muy inocentes.

¿Se acuerdan cuando pensábamos que era necesario desinfectar todas las superficies? Hace poco vi en TV imágenes de marzo de 2020, cuando se llevaron a cabo esas desinfecciones multitudinarias por calles, plazas, estadios de fútbol, escuelas. Ahora sabemos que el virus solo se puede contagiar de persona a persona. Por cierto, ¿cuántos tapetes sanitizantes ha pisado el día de hoy?

En esos inicios, pensábamos que, de pronto, como en las películas, en mitad del confinamiento mundial, saldría algún político o alguna autoridad internacional relevante y diría: «habitantes del mundo, esto se terminó; el virus ha sido derrotado». En ese momento, la gente se volcaría a las calles a celebrar la victoria: habría botellas de champagne descorchándose al cielo, confeti, bandas de música, gente abrazándose y bailando. Después, espontáneamente, todos nos daríamos la mano haciendo un gran círculo y comenzaríamos a cantar «Imagine», de John Lennon, mientras nos mecíamos suavemente a un lado y a otro.

Pero después de todo este tiempo, no creo que nadie espere que el final sea así. Retomando aquel mantra inicial, me parece que las cosas ahora son al revés: no saldremos de esta si no somos mejores. Y ahora, que me veo obligado a estar en aislamiento social, lo tengo más claro. Porque, de no ser por esas personas (ellas saben quiénes son) que me han acercado hasta mi puerta todo lo que he necesitado, que han estado preocupadas por mi salud, sin ese médico que me llamó por la noche, bastante después del final de su jornada de trabajo, sin el apoyo de mis compañeros de trabajo, en fin, sin la ayuda que he requerido de todo mi entorno, no sé si hubiera podido centrarme en mi recuperación.

Sé que hoy les ha tocado a ellos, y que muy probablemente pronto me toque a mí, o incluso en casos un poco más lejanos ya me ha tocado. Sin la solidaridad comunitaria, sin el apoyo de nuestras redes, cercanas y lejanas, sin las palabras de ánimo, sin sentir la calidez de la gente que nos quiere, salir de esta pandemia nos va a resultar más difícil. Pero tampoco vamos a acabar con esto sin la liberación de la patente de las vacunas, sin que el primer mundo haga un esfuerzo para que el tercer mundo tenga unos niveles de vacunación suficientes, sin que todos los que tenemos la posibilidad nos vacunemos, sin que mantengamos nuestros niveles de responsabilidad y cuidado personal. En definitiva, si no empezamos a ser mejores, no vamos a salir de esta.