De fútbol y negocio
En 1902 se realizó el primer torneo oficial de fútbol en México: la Liga Mexicana de Football Amateur Association. Sin embargo, no fue hasta 1943 cuando se creó oficialmente la profesión de “jugador de fútbol” en la Secretaría del Trabajo. Previamente, éstos no tenían definidos sus derechos laborales, ya que cada equipo realizaba el contrato que consideraba pertinente a cada jugador. De esta manera se establecieron los inicios de un negocio que, según un informe del Grupo de Economistas y Asociados (GEA), en 2018 generó un valor de ventas directo de 55 mil 800 millones de pesos. Los futbolistas mexicanos cobran, en promedio, un salario diario de 21 mil 453 pesos, de acuerdo con los resultados de Global Sports Salaries Survey de 2018.
El modelo de negocio del fútbol se basa en tres pilares: derechos televisivos, patrocinios y entradas a los estadios. Este último ha demostrado, durante la crisis pandémica, ser el menos decisivo. Respecto a los derechos de retransmisión, cada equipo suele negociarlos en alrededor de 10 o 15 millones de dólares al año, mientras que cada patrocinador de un equipo paga entre 5 y 30 millones de pesos anuales. Existen equipos con 20 patrocinadores simultáneos, mientras que el equipo con menos presencia comercial cuenta con 4 marcas.
Por su parte, la Primera División Femenil de México comenzó su andadura formal en 2017. De acuerdo con el diario La Jornada, los sueldos están por debajo de 6,000 pesos mensuales, exceptuando a unas pocas privilegiadas que pueden llegar a ganar 30,000 pesos mensuales. Con estos ingresos, lo normal es que sea necesario para las jugadoras buscar otro u otros trabajos complementarios. En un deporte donde la técnica, la estrategia y la habilidad son claves para triunfar, el tiempo que se dedique a practicar y mejorar dichas cualidades resulta uno de los mayores factores de éxito.
Las diferencias entre el fútbol masculino y femenino no están dentro del campo: los hombres no le pegan más fuerte al balón ni tienen mayor habilidad que las mujeres “por naturaleza”, y quien lo siga pensando debería ver un poco más de fútbol femenino, tanto nacional como internacional. Lo que cambia es una estructura social y económica que permita a las jugadoras dedicación absoluta para su desarrollo deportivo. Poco a poco, la Primera División Femenil ha comenzado a apuntalar los mismo tres pilares en los que se sustenta la rama varonil: en 2019 hubo siete marcas que se anunciaron de forma exclusiva en los uniformes femeniles, y 83 de las 123 marcas presentes en el equipo varonil lo estuvieron en ambas divisiones. Los partidos ya son retransmitidos en televisión, incrementando cada vez más sus audiencias, y, por tanto, generando mayor valor de mercado.
No podemos esperar que en cuatro años el fútbol femenino hubiera conseguido generar ya el mismo negocio que ha logrado el masculino en 78 años, pero sí podemos ver cómo en muy poco tiempo se van acercando a un modelo que se sostenga por sí mismo y que brinde a las deportistas la oportunidad de dedicarse completamente a su desarrollo físico y mental, además de resultar rentable para patrocinadores, dueños de equipos y televisoras. Es una inversión a medio y largo plazo, que inicia con el reto de eliminar los prejuicios relacionados con el género que perpetúan la inequidad de condiciones y proyección entre ambas ligas.