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EL MERCADÓLOGO

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EL MERCADÓLOGO

DE NECESIDAD Y MIGRACIÓN

Imagina, por un momento, que estás dormido en tu cama, en tu casa. Tienes tu trabajo, no ganas mal, lo suficiente para vivir bien, e incluso puedes ahorrar un poco. Esos ahorros los tienes en el banco, por si te surge algún problema, poder utilizarlos. Al día siguiente, por la mañana, cuando sales de tu casa para ir a trabajar, ves mucha gente armada por las calles. Llegas a tu trabajo y descubres que no puedes entrar, porque «ha tomado el poder un grupo revolucionario» y han decidido cerrarlo. Intentas reunirte con tu familia, y lo consigues después de pasar por un par de retenes militares. Vas al banco, queriendo sacar tu dinero, pero te dicen que no te lo pueden dar, que no lo tienen disponible. Te enteras de que esas personas con armas están matando gente por las calles sin ningún criterio. Te das cuenta de que, para poner a salvo a tu familia, tienes que irte de tu casa, de tu ciudad, de tu país. Pero los aeropuertos están colapsados por gente que intenta hacer lo mismo que tú. Esto está pasando en Afganistán, en Siria y en otros países en guerra.

Volvamos a la situación inicial, pero ahora imagina que, por la pandemia, la crisis económica o cualquier otro motivo, te despiden de tu trabajo. Y que, durante un año, dos, o tal vez más, no consigues otro trabajo. Los motivos son variados: que por tu edad ya no vales, que no tienes la experiencia, o te ofrecen un sueldo tan bajo que no alcanza a cubrir ni tus necesidades básicas ni las de tu familia. Mientras tanto, cada día generas gastos, que vas cubriendo como puedes: con ahorros, con ayuda de familiares o amigos, vendiendo lo que te queda. Un día, decides que la única forma de salir de esa situación es irte a otro lugar donde puedas tener más oportunidades; otra ciudad, otro país. A pesar de no hablar ningún otro idioma, decides recurrir a un traficante de personas para que te ayude a llegar a tu destino. Le pagas con los pocos ahorros que te quedan, sabiendo que no es seguro que consigas llegar, que estás poniendo en juego tu vida y la de tu familia. Esto está pasando en Guatemala, Nicaragua y muchos países de Centroamérica y África.

Nuevamente regresemos al principio, y ahora, mientras estás dormido en mitad de la noche, te ataca un miedo atroz. Sabes que, poco a poco, la inseguridad se ha apoderado de las calles de tu ciudad. Que tu familia se está poniendo en riesgo cada vez que pone un pie fuera de casa, y hasta dentro de ella; que no está exenta de episodios violentos. Que un día, simplemente por estar en el lugar incorrecto y en el momento incorrecto, cualquier integrante de tu familia puede ser secuestrado, torturado, violada en el caso de las mujeres, asesinado. Sabes que, si esto llega a pasar, las autoridades no te van a ayudar a encontrar a tu familiar, que hay una impunidad tan grande que los criminales se sienten protegidos. Y decides que, antes que seguir viviendo con miedo constante, prefieres abandonar todo y empezar de nuevo en otro sitio, aunque pierdas todo por lo que has trabajado durante tu vida. Esto está pasando en México y en otros países azotados por la violencia y la inseguridad.

Y, sea cual sea la situación, cuando llegas al sitio donde esperas encontrar un futuro mejor para ti y para tu familia, notas como el resto de la gente te mira mal. Escuchas comentarios por las calles: «los inmigrantes vienen a quitarnos el trabajo», «que se vayan a su país», «solo vienen a cometer delitos». Te das cuenta de que tus rasgos físicos generan un rechazo en algunas personas, que si no hablas su idioma o lo hablas con un acento o palabras diferentes, no hacen el esfuerzo por entenderte ni ayudarte. Que nada se parece a tu ciudad, a tu país. Y lo extrañas, mucho. Te encantaría volver a tu ciudad, a tu país. Pero no hay vuelta atrás, sabes que no puedes, que tu vida y la de tu familia estaría en peligro, que el futuro que les espera es horrible, que estarían condenados a pasar penurias.

Al final, te quedas en un punto en el que no eres de ningún sitio, no tienes identidad, eres inmigrante.