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EL MERCADÓLOGO

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EL MERCADÓLOGO

De camisetas y fidelidad

Lo que parecía impensable ha sucedido. De repente, todas las agencias de noticias comenzaron a difundir algo sorprendente: Messi se va del Barcelona. Incredulidad en las redacciones, miles de reacciones vertidas en redes sociales, preguntas sobre el futuro del futbolista sin respuesta. El motivo, según el club español, es que el Fair Play financiero acordado por LaLiga no permite que se realice la firma de un contrato que ya se había pactado previamente. Es decir, la responsabilidad no es ni del club ni del jugador, según la entidad deportiva.

Es evidente el motivo por el que esta noticia tiene tanta relevancia: en un mercado, como el fútbol, con una alta rotación de personal, llama mucho la atención cuando un jugador se mantiene en el mismo equipo toda su carrera. Lo que llaman los ingleses «one club man». Más aún cuando se trata de alguien con la calidad y la relevancia de Lionel Messi. Además, la manera de finalizar su relación con el club al que llegó hace 21 años, con una nota de prensa, deja un sabor de boca amargo para todos los seguidores de este deporte.

Sin embargo, es comprensible que, tanto el argentino como su ahora ex equipo, hayan decidido velar cada uno por sus propios intereses. A veces se nos olvida que, al contrario de los fans, los jugadores son empleados de una empresa. Más aún, que la vida laboral en su sector es muy corta, por lo que tienen que aprovechar cada oportunidad que se les presente para progresar tanto profesional como económicamente.

Pero para los seguidores del fútbol, y en concreto los del Barcelona F.C., que ponen los sentimientos y emociones por encima de la parte racional, es difícil asumir el final de una relación laboral de este tipo. Y muchas veces, en nuestra vida también solemos poner por delante lo emocional a lo racional, sobre todo cuando nos llega el momento de cambiar de trabajo.

La muy manida frase de «ponerse la camiseta» que utilizan todas las empresas, en ocasiones consigue que perdamos la perspectiva de la relación real que establecemos cuando comenzamos un nuevo trabajo. Sí, es verdad que hay que dar lo mejor de cada uno y que cuanto más involucrados estemos en nuestro trabajo, menos pesado se nos hará levantarnos cada mañana. Pero un contrato laboral no deja de ser un intercambio: el empleado aporta su trabajo, su experiencia y conocimientos previos, y asume una serie de responsabilidades, mientras que la empresa, a cambio, le dará una cantidad económica y una serie de prestaciones.

Si en algún momento de la relación una de las dos partes no está de acuerdo, piensa que el intercambio está resultando injusto o simplemente decide que lo mejor es terminarla, se buscará la forma de terminar dicha relación. En esta vida todo funciona por ciclos, y cuando uno llega a su fin, no hay más que pasar al siguiente, a pesar de la carga emocional que pueda acarrear.

Aferrarse a un ciclo simplemente porque es difícil despedirse de la gente o porque se le tenga cariño a la empresa, en el fondo es un engaño, ya que en decisiones de ese calado es muy importante poner por delante la parte racional, aún a costa de poder crear un terremoto emocional.

Es que a veces nos «ponemos tanto la camiseta», que terminan arrancándonosla a jirones cuando se termina el ciclo y no somos capaces de aceptarlo.