De listos y tontos
¡Qué listos somos! Cuando vamos conduciendo, tenemos que tomar una salida y vemos que hay una fila enorme de coches esperando para tomar el mismo camino. Entonces, adelantamos a todos por otro carril que no conduce hacia donde realmente queremos ir, y en el último minuto, «metemos lámina» al coche de delante. Nos ahorramos algunos minutos con esa maniobra, y sentimos que somos los más inteligentes del camino. En realidad, somos los más tontos, porque con esa maniobra le hemos faltado al respeto a los demás conductores que estaban esperando su turno.
¡Pero somos los más listos! Cuando nos llama la atención el producto elaborado durante horas por un artesano, con paciencia, dedicación y esfuerzo; y decidimos que el precio que ha fijado por todo el proceso es muy alto. Comenzamos a regatear, la mayoría de las veces como si fuera un juego, simplemente por el placer de llevar razón. De pronto, notamos como nuestro «rival» se ve obligado a ceder a nuestras demandas y acepta el precio que hemos ofrecido, o tal vez algo más, pero bastante alejado del que él consideraba justo por su trabajo. En realidad, somos los más tontos, porque por un lado estamos despreciando su trabajo, y por el otro, nos estamos aprovechando de la necesidad de nuestro interlocutor de tener un ingreso, aunque sea a pérdidas.
¡Sin duda, somos muy listos! Cuando se nos pide utilizar cubrebocas, y así poder frenar una enfermedad que para mucha gente puede resultar mortal o puede derivar en una hospitalización con tratamientos muy dolorosos, aunado a las secuelas. Pero como a nosotros nunca nos pasa nada, o eso pensamos, cada que podemos nos quitamos el cubrebocas, o lo llevamos mal puesto porque nos incomoda, o hasta nos justificamos diciendo que todo esto es un invento y que la enfermedad no existe. En realidad, no solo somos tontos, somos un peligro para la gente que está a nuestro alrededor, que puede llegar a pagar con sus vidas nuestra irresponsabilidad.
¡Que nadie lo dude! ¡Los más listos somos nosotros! Cuando cometemos un error en el trabajo, y por miedo o por vergüenza decidimos no decir nada. Sobre todo, en el momento en que ese error, y sus consecuencias, salen a la luz. Nos ceñimos a nuestro plan original a pesar de que todas las evidencias apunten a que hemos sido nosotros los que hemos ocasionado los desperfectos. Al final, como no hay una forma contundente de demostrar nuestra culpabilidad, o simplemente no merece la pena seguir investigando el hecho, los superiores deciden dejarlo pasar. En realidad, además de tontos, hemos hecho que la empresa para la que trabajamos invierta una serie de recursos en corregir un error que, tal vez, si lo hubiéramos comunicado desde el principio, no hubiera sido necesario desaprovecharlos.
¡No hay nadie más listo que nosotros! En cada ocasión que mentimos, engañamos, abusamos de la confianza que nos han dado, robamos, sobornamos; para sacar algún provecho o simplemente para que no se descubra otra acción que hemos hecho mal. Creemos, en todos los casos, que tiene una justificación, que en realidad lo que estamos haciendo no es un fraude o un robo como tal, que no teníamos otra opción, que era lo mejor. En realidad, nos estamos engañando a nosotros mismos, no nos estamos haciendo responsables de nuestros propios actos y estamos aprovechándonos de otras personas que, de una forma u otra, habían depositado su confianza en nosotros.
Es que muchas veces los que piensan que son los más listos terminan siendo los más tontos.