De mazapanes y privilegios
Últimamente ha surgido un nuevo concepto en el entorno de las redes sociales: la “generación de mazapán”. Esta categorización generacional parece ser posterior a los “baby boomers” (personas nacidas entre 1946 y 1960), la “generación X” (nacidos entre 1961 y 1981), los “millenials” (entre 1982 y 2001) y la “generación Z” (de 2001 a la fecha).
Esta nueva agrupación, surgida en nuestro país, toma su nombre del dulce hecho con cacahuate y azúcar, que suele romperse en cuanto abrimos su envoltura. También se le llama generación de cristal, por el mismo motivo: su fragilidad. Se dice que los integrantes de dicha generación se rompen en cuanto se enfrentan a un problema, y que, como consecuencia de una sobreprotección en su educación, no son capaces de enfrentarse a la vida y a sus conflictos cotidianos.
Es importante tomar en cuenta que esta definición ha sido elaborada por los integrantes de generaciones anteriores, siempre desde su punto de vista y utilizando como comparativa sus propias experiencias. A partir de ahí, podemos observar que existe un sesgo en cuanto a definición, ya que las circunstancias a las que se ha enfrentado cada grupo son completamente diferentes, y que tanto los parámetros morales como el mundo exterior no se parecen en nada al de hace veinte, treinta o cuarenta años.
Para las generaciones nacidas antes del año 2000, Internet fue una herramienta a descubrir, mientras que las generaciones posteriores lo tienen interiorizado en su vida cotidiana. En este entorno, que ha redefinido la forma de socializar y de relacionarse, problemas denominados “de niños”, como el bullying, pueden alcanzar una escalada masiva. No es ni mucho menos comparable que te molesten cuatro compañeros en clase a que suban a alguna plataforma un vídeo en el que te hacen daño y sea visto por miles de personas.
Hay, además, un par de factores que entran en juego en el momento de juzgar si la generación de mazapán está sobreprotegida: el primero, que se tiende a idealizar los recuerdos. Se dice mucho que “los tiempos pasados eran mejores”, pero es porque nuestra mente olvida las partes negativas o las suaviza como mecanismo de defensa para evitar seguir sintiendo dolor.
El segundo factor es la normalización de formas de violencia. “Pues a mí me educaron con golpes y no salí tan mal”, es uno de los principales argumentos utilizados en contra de la generación de cristal. ¿De verdad no salimos tan mal? ¿Nos hemos planteado alguna vez que la agresividad en nuestra sociedad sea fruto de esa educación violenta que recibimos? ¿Tenemos herramientas para solucionar conflictos que no sean recurrir a la violencia, los insultos, el menosprecio?
Tal vez, por un momento, deberíamos plantearnos si esta generación de mazapán, en realidad, está replanteándose estructuras sociales establecidas, en las que se cuestionan privilegios de determinados grupos, formas de educación, maneras de interactuar entre las personas. Y, probablemente, estas cuestiones nos hagan sentirnos incómodos a las generaciones previas, porque nos obligan a poner en duda todo lo que sabemos del mundo.
Tal vez el que se está desmoronando, como un mazapán, sea el mundo en el que solíamos vivir las generaciones anteriores.