El laberinto

El laberinto

LAGUNA DE VOCES

Por fin se puede mirar la vida sin tanta preocupación, arrepentimientos, o el dolor absurdo de los que juran que la existencia es la única oportunidad para no perderse en un laberinto, del que no se quiere salir con bastante regularidad porque guarda el misterio de lo que se verá a la salida. Si no hay salida entonces es mejor, porque el tiempo transcurre y justificar que el encierro nubló toda oportunidad, sirve años y años para creer que un día cualquiera el cielo se iluminará para brincar y mirar que más allá del laberinto existe una tierra única, donde los sueños se convierten en realidad, aunque realmente no es cierto. Pero sirve, y de mucho, tener la oportunidad de mirar que los meses corren vertiginosos y cruzan, en un abrir y cerrar de ojos, el laberinto donde caminamos con bastante regularidad, para encontrarnos al que fuimos y que dejó un rastro inescrutable, porque en realidad no conducía a ninguna parte. 

Luego nos hacemos viejos y la única decisión real que se asume, es que perderse en el camino no tuvo gracia, reconocimiento alguno, pero es sin duda un logro, porque todavía no tomamos la vereda de los que escapan una noche de diciembre, y dejaron un nuevo laberinto de interrogantes.

A todos les gusta su vida, mala, buena, miserable o llena de lujos. Finalmente es su vida, y mal harían en renegar de haberla recibido, cuando muchos otros se quedaron en una simple intención, ni siquiera sueño, ni siquiera ideal.

Es la edad que nos vuelve despreocupados, porque total, lo hecho hecho está, y lo no hecho pues nunca será. Eso es bueno, y de nuevo perderse en el laberinto gigante, que consume años y años, es un gusto que podemos darnos a estas alturas, cuando a ciencia cierta nunca se pudo descubrir nada del misterio que esperaba si alguna vez salíamos del laberinto.

Pero nadie sale.

Una cosa es escaparse sin descubrir nada, como no sea la oscuridad, la nada a la que siempre tenemos tanto miedo, y otra muy diferente, dar con el paradero del principio en el final. Pero no hay final.

Eso es lo que confunde.

Así que, perdidos para siempre en el laberinto, es válido inventar todos los días, que a la vuelta de ese quiebre del camino, espera una luz única, que dejará migajas de pan, o un hilo mitológico, que nos lleve al final de todo, con los ojos abiertos, los pulmones llenos de aire, y la esperanza de que no se apague la luz de la esperanza.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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