
FAMILIA POLÍTICA
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, “Miedo es aquella perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Como toda palabra polisémica, ésta tiene varios significados, todos ellos de acuerdo al contexto en el cual se utiliza. Desde mi punto de vista, cualquier intento de clasificación del concepto en las diferentes áreas del saber humano, es poco menos que inútil. El miedo es el miedo; quien lo sintió o lo siente no puede definirlo y quien puede definirlo, es porque no lo ha sentido en toda su magnitud.
Sin duda, todos los seres humanos y algunos animales superiores hemos vivido, con justificación o sin ella, la horrenda sensación de que algo malo puede ocurrirnos en cualquier momento. No siempre conocemos las causas de estas premoniciones, a veces, el miedo se instala en alguna zona del cerebro y desde ahí pretende gobernar o determinar nuestra conducta.
El miedo más común es el del niño que teme a la oscuridad, aquél cuya imaginación tiende a desbordarse, por eso busca hasta debajo de su cama, con seguridad se encontrará a un monstruo que lo llevará a los lúgubres infiernos, porque desobedeció a sus padres o no quiso hacer la tarea escolar. Este miedo a lo desconocido se esconde en las sombras de la noche, en algunos casos perdura por siempre ¿Quién no conoce a un adulto que entre en pánico cuando se apaga la luz? ¿Quién no ha advertido figuras extrañas que están en su subconsciente y afloran desde el fondo de los sueños y pesadillas para amenazar a quien disfruta de una reparadora siesta o de un profundo estado onírico que, en apariencia, nada tiene que ver con demonios, brujos y/o monstruos diversos de ultratumba?
Mas, en el mundo real de los adultos, no desaparecen del todo estas infames creaturas. Es impresionante el auge que en nuestro tiempo están cobrando adivinos, videntes y seguidores de diferentes sectas que se dicen adoradoras, lo mismo de la virgen sudamericana María Rosa Mística, que de la Santa Muerte, el Santo Malverde y toda una pléyade de entes que, aún en la literatura, los canales culturales de la televisión o en las redes sociales, reciben gran difusión y cosechan seguidores que, evidentemente, mejoran los ingresos de sus creadores. En este caso, el miedo a la enfermedad o a la muerte pretende curarse o atenuarse con dinero y buena fe.
En política, los miedos acompañan a todo militante partidista o sin partido en cada decisión. Pocos son aquellos que inician o continúan su militancia en seguimiento de las tesis idealistas de tales o cuales siglas, lemas o colores. Para quienes tuvieron la ambición de hacerse ricos con el menor tiempo y esfuerzo posibles, siempre quedaba la opción de buscar cargos de elección popular. En este sentido, la política de la amistad funcionó durante muchos lustros. Don Porfirio Díaz sustentó varios años de su dictadura en lo que él mismo llamó “Estructura de la amistad”; en ella, todos los secretarios del gabinete colocaban a sus incondicionales, éstos, a los niveles jerárquicamente menores; los jefes políticos y hasta los líderes más pueblerinos, presumían la amistad de algún miembro de “Los Científicos”, grupo dominante en el porfiriato. En esta estructura todo parecía perfecto; el único miedo consistía en caer de la gracia del Caudillo, quien hizo famosas sus frases: “Mátenlos, luego viriguan” o bien “Mátalos en caliente”. Todo México vivía con un miedo disfrazado de reverencial amor por su salvador, cuyo pecho lleno de medallas era testimonio de valor y ausencia de miedo en las batallas. No sé por qué se me hacía conocido el imperativo actual de “no mentir, no traicionar y no robar”.
Cierto día, un diminuto personaje graduado en Francia, regresó a México para mirar lo que sucedía porque, al otro lado del Atlántico no se valoraba en su real crudeza. Seguramente cuando se publicó el libro La Sucesión Presidencial en 1910, don Francisco I. Madero también sintió miedo a la violenta reacción del gigante herido; a pesar de todo, siguió adelante con el apoyo del libro El Mundo de los Espíritus, del francés Allan Kardec, quien empujó al futuro mártir al Espiritismo. Después de conseguir el levantamiento de violentas huestes obreras y campesinas, Madero cayó abatido por las balas traidoras de Victoriano Huerta y su cauda de desleales. Paco Ignacio Taibo II, en su libro Temporada de Zopilotes, relata los últimos días del Presidente Madero y Pino Suárez (el General Felipe Ángeles también compartió su cautiverio) en capilla, listos para la aplicación de la ley fuga. Al artillero hidalguense se le conmutó la pena; en este caso, el miedo operó en la conciencia del verdugo; Huerta calculó que el prestigio de Ángeles en el ejército y en la población civil podría levantar a la gente, porque la vergüenza colectiva sería mayor que el miedo.
En esta patria, a la que amamos porque es grande y porque es nuestra, se advierte que el pueblo se está llenando de temores. En su momento fueron indignación y rabia ante tantas ineptitudes y corrupción que hacían previsible una explosión social de gran relevancia revolucionaria. Esos miedos se canalizaron a las urnas, en las cuales, una demagógica oposición encabezada por un cuasi mesías, llenó de votos las casillas y de esperanzas las ganas de creer.
Hoy han pasado cuatro años en el gobierno de los críticos de ayer, quienes siguen echando la culpa al pasado de todos sus fracasos; aún hay gente que les cree, pero también mucha que ya está harta de tantas mentiras y manifiesta su rabia en cualquier tribuna, ante lo que considera un nuevo engaño.
Otra vez, la amenaza de un estallido social se cierne sobre la voluntad de cada ciudadano mexicano. Todavía el miedo es menor que la indignación; ¿Cuánto durará esa relación en la balanza social?
Las señales de la vergüenza están en los miedos por: la inflación, los ineficientes servicios de salud, la pésima educación, la errática economía, la inseguridad, las relaciones internacionales, la militarización, las regresiones en materia electoral, las amenazas al principio de división de poderes, etcétera.
Una vez más, es tiempo de recordar el poema de Octavio Paz, cuando renunció a su Embajada en La India, después de los sucesos de 1968: “La vergüenza es ira vuelta contra uno mismo: si una nación entera se avergüenza, es león que se agazapa para saltar”.