EL FARO

Los números también dicen algo

En nuestra columna anterior nos propusimos reflexionar sobre cómo las palabras tienen su propio significado y en ocasiones tendemos a esconderlo por imprecisión o por otro tipo de intenciones. En esta columna intentaríamos hacer algo similar, pero con ciertas cifras que aparecen frecuentemente en los medios de comunicación y que reflejan algo de la realidad mexicana.

Julián Marías, en varios de sus escritos, desconfiaba de la solemnidad y credibilidad que en la época actual se da a las estadísticas. Pareciera que la reducción a números fuera sinónimo de reducción a la verdad. Y la verdad es compleja, no es reducible, ni tan siquiera a matemáticas. La interpretación, nuevamente de las gráficas, de los datos, de las preguntas, de los resultados, puede hacerse desde un punto de vista objetivo o se puede abandonar en brazos de intereses prefijados, escondidos o no.

Empero hay números, al igual que las palabras que mencionamos en la columna anterior, que tienen un sentido o significado por sí mismos. En este fin de semana llegaremos a la fatal cifra de más de 55,000 fallecidos por el COVID-19 y contando. En este año los mexicanos muertos, si se continúa la tendencia, por accidente de tráfico serán más de 20,000. En 2020, si seguimos como vamos, fallecerán en nuestro territorio más de 30,000 mexicanos por muerte violenta. Se pueden añadir más estadísticas duras como el número de mujeres que fallecen por el “grave hecho” de ser mujeres; o como el número de desaparecidos de manera forzada; o como la cifra de personas que mueren de muerte natural; o como…

Si hacemos un gran total, podemos darnos cuenta de que en el presente año estarán muriendo de manera “extraordinaria” más de cien mil mexicanos. Son cifras que nos deben llenar de estupefacción, de miedo y de desesperación. El futuro es incierto para cualquiera de nosotros. La muerte nos puede sorprender a la vuelta de la esquina disfrazada de un secuestrador, de un virus, de un violador, de un ladrón… 

Mas parece que nos hemos acostumbrado, que al no ponerle rostro a cada una de las personas, podemos reducir los muertos a estadísticas. Nos hemos enquistado en un individualismo lleno de miedo y egoísmo, que creemos nos protege mientras no nos toque a nosotros. Como ciudadanos podemos pensar que todas esas muertes no nos van a afectar y, peor, que en algunos casos seguro se lo merecen por algún motivo que no conocemos. 

José Alfredo Jiménez cantaba hace décadas que “la vida no vale nada”. Quizá no hayamos mejorado mucho desde que, camino de Guanajuato, nos diera esa noticia. En nuestro país, quizá, nuestra vida no vale nada y cada vez le importa a menos ciudadanos lo que le ocurra al prójimo. La insensibilidad ante tanta muerte, ante tanto dolor, ante tanto futuro abortado y apagado no nos puede anestesiar porque entonces los números y la realidad mortal terminarán por alcanzarnos. 

En definitiva, ¿qué nos dirán en profundidad los números de nuestra vida y muerte en México?