Las palabras dicen algo
- Las palabras que utilizamos tienen su definición que normalmente expresa la realidad
A mediados del siglo pasado Victor Klemperer mostró en su libro LTI. La lengua del tercer Reich, cómo el uso de las palabras durante la época nacionalsocialista alemana tenía la intención de ir conduciendo a la población de manera insensible hacia un determinado tipo de pensamiento que evidentemente era el que interesaba al poder político correspondiente.
Las palabras que utilizamos tienen su definición que normalmente expresa la realidad. Esta definición puede ser más o menos conocida, dando lugar a la interpretación o hermenéutica y al error en su entendimiento. El contenido de la palabra puede llevar hermanada multiplicidad de sentidos abriéndose a la función conativa del lenguaje. No se entiende todo de la misma manera, la realidad y el lenguaje son complejos. Por último, lo que se dice puede sufrir una manipulación de sentido dependiendo de los intereses del emisor. La ambigüedad en el contenido, la inexactitud en la definición o el abierto propósito de uso pueden ser algunas de las expresiones del caso. Estos intereses se pueden acercar a la ideología y, en el caso alemán, a la propaganda.
En el caso de la pandemia que nos aqueja, puede observarse uso impreciso del lenguaje que se utiliza. Podrá ser por error, por complejidad o podrá ser por interés, pero lo que sí puede quedar claro es que no favorece la comunicación y por tanto la toma de decisiones en la realidad.
Se ha hablado, sobre todo meses atrás, del confinamiento. “Confinar” significa, según la RAE, “recluir algo o a alguien dentro de límites”. Se menciona el confinamiento en México como si durante meses hubiera estado el país encerrado totalmente, como si el tráfico hubiera prácticamente desaparecido, como si todos los negocios que no son esenciales (heladerías, colchonerías, tacos de esquina, papelerías…) hubieran permanecido cerrados, como si todos los ciudadanos hubiéramos pasado nuestros días recluidos en casa sin salir nadie a nada a la calle.
En países como China, Italia, España… han vivido durante tres meses un tipo de confinamiento total. Calles vacías, negocios y servicios no esenciales cerrados, ciudadanos en casa… ¿Nosotros hemos visto en la realidad que el confinamiento ha tenido este grado de radicalidad? Los países mencionados, entre otros, consiguieron con esta medida aplanar la curva estadística y hacerla descender. Quizá nosotros, muy a nuestra manera, hemos convertido el confinamiento en confina-miento.
Otro ejemplo posible de imprecisión en el lenguaje es que se ha venido dando en algunos medios cuando actualmente se habla de “rebrote”. Esta palabra implica que ha habido un brote, se ha controlado y vuelve a aparecer. Esto implicaría que para hablar de rebrote en los medios o en las declaraciones se habría necesitado controlar y disminuir el brote original, haber pasado un tiempo sin el problema del virus y constatar que actualmente ha vuelto a aparecer de manera rápida y virulenta la enfermedad. No estoy muy seguro de que el color de los semáforos en los estados y las gráficas puedan demostrar que hubo un brote y actualmente estamos en el rebrote.
Si a la confusión de palabras le añadimos otras ambigüedades como el cierre de la campaña de sana distancia aunque se siga recomendando la sana distancia; o el juego de los colores de semáforos, primero de control federal y después estatal con divergencias y innovaciones sobre la marcha (como que la CDMX esté en naranja, pero con alarma); o la polémica sobre la numeralia y la metodología o del uso del cubrebocas, nos abre las puertas a reflexionar en qué parte del uso de las palabras y de la realidad nos ubicamos en medio de la pandemia: ¿en la del error, en la de la complejidad o en la del interés?