El Faro

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Lo que aprendimos

El pasado día 10 se celebró el aniversario de la declaración de los derechos humanos en 1948. El contexto social y mundial inmediato era terrible. Decenas de millones de muertos como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. El contexto temporal medio tiene que ver con la debacle laboral de la crisis de finales de los años veinte. También hay que anotar otras decenas de millones de muertos en la Primera Guerra Mundial.

No debería entenderse la declaración de los derechos humanos sin estos contextos. La humanidad llega a la claridad de que no se pueden repetir los horrores que se vivieron en la primera mitad del siglo veinte. La sangre, el sufrimiento y el hambre son las claves auténticas para poder entender en su medida profunda los derechos humanos. Tenían claro los países firmantes qué era lo que no tenía que volver a pasar. 

Viéndolo de esta manera, anclada en la historia, la declaratoria de 1948 intenta fijar unos mínimos que toda la humanidad se compromete a preservar. Estos mínimos son de justicia, es decir, no puede haber excusa posible que justifique su violación. Son, por tanto, siempre exigibles y criterio esencial de legitimidad para cualquier sociedad y gobierno.

También el pasado domingo, día 12 de diciembre, en México se celebró una fiesta nacional y religiosa: la Virgen de Guadalupe. El contexto histórico de las apariciones de la Virgen no fue mucho mejor que el mencionado más arriba. Los españoles habían llegado a las costas del “Nuevo Mundo”. Los indígenas que vivían en esas tierras sufrieron las consecuencias de la conquista, las muertes por contagios de enfermedades y el sometimiento a condiciones de trabajo esclavizadoras.

Los indígenas habían perdido, en un instante y por la fuerza, sus tierras, sus costumbres, su lengua, su religión y su libertad. Cuando se le aparece a Juan Diego en el cerro del Tepeyac la Virgen María, lo hace con una carga simbólica fácilmente entendible para él. El mensaje que le deja es muy concreto: “no temas, ¿no estoy yo aquí que soy tu madre?”.

El cuidado, por su parte, es lo que la Virgen le anuncia al indígena extraviado ante la situación que le toca vivir. El cuidado no es un mínimo, ni es de justicia, ni es exigible. El cuidado, el cariño, es un máximo, se da gratis y a él se invita con el ejemplo.

En nuestro contexto actual en el mundo, no llegamos a tener seguro el cumplimiento de los mínimos. Lo que aprendimos como humanidad tanto en el siglo XVI como en el XX, juntos, pueden convertirse de manera armónica en el programa humano de desarrollo global en nuestros días: asegurar que todos vivamos bajo unos mínimos de justicia exigibles reales y que, al mismo tiempo, en el máximo de generosidad y ejemplaridad, seamos capaces de cuidarnos unos a otros para no tener miedo a enfrentar el futuro, nuestro futuro.