EL FARO

EL FARO

Tiempo

En México y otros lugares del mundo, este fin de semana pasado cambiamos la hora que gobierna nuestra vida. Entramos en el horario de invierno y nuestros relojes y celulares se adaptan obedientemente a estos cambios. La finalidad parece que tiene una utilidad económica, ahorro energético, y ecológico, gastaríamos menos energía entre todos. De repente, por criterios cronométricos, tuvimos una hora más de vida o de sueño, según como cada persona haya decidido.

Mas no es la única manera de observar el tiempo. Justamente el día de ayer y el de hoy, se celebran maneras diferentes (muy tradicionales unas, más turísticas otras) de sentirnos afectados por la estructura temporal en la que todos vivimos. No se trata, como en la dimensión vista más arriba, de medir el tiempo, se trata de vivir el tiempo. 

Hay matices subjetivos de cómo influimos personalmente en el tiempo. Como ya dijo Kant, el tiempo y el espacio son estructuras innatas a todo ser humano. En ellas vamos ubicando nuestros aconteceres. Cada uno percibimos de manera diferente a las personas que pasan por nuestra vida, a las personas que ya no están en ella, a los eventos que nos afectan… En la fiesta de muertos, Xantolo como dirían en Hidalgo, se condensan el tiempo y el espacio para traer el pasado al presente recordando, conviviendo, con las personas que dejaron su huella en nosotros y que ahora protagonizan el hueco que nos atraviesa. Por un momento, el tiempo y el espacio se detienen en su devenir, para asentarse en el instante de una mirada mutua entre los seres queridos.

Más profunda aún, es la visión mística del tiempo. Esta perspectiva conjunta la poética y la mística, aunque mucho desean dividirlas. En ella ya no solamente aparecen la conjunción del pasado en el presente con la visita a los altares de los seres queridos difuntos guiándose a través del tiempo y el espacio por las flores de cempasúchil, sino que nos abren la puerta a la esperanza futura. Los seres queridos comparten con nosotros para indicarnos que hay vida en el futuro más allá de la muerte. La esperanza vence de esta manera, al temor natural a la muerte.

Muchas culturas, muchos poetas y místicos, muchas religiones han dedicado sus mejores escritos y mensajes a este encuentro inexplicable, improbable, entre las tres dimensiones temporales en una única unidad presencial, que es semejante a la duración de la eternidad. La potencia del deseo personal que nos obliga a esperar en otro encuentro con los que queremos; la apuesta espiritual en una resurrección que como peregrinos no podemos alcanzar aún a ver, son los fundamentos estéticos y religiosos para seguir celebrando a los difuntos.

El recuerdo es la herida que queda en nuestro interior y que reaviva el dolor y la esperanza en que no todo es lo que veo, en que no todos son los que vemos. Nos sumamos a la frágil certeza que Octavio Paz atinó a expresar en su Piedra de Sol cuando se entendía y nos entendía como “los otros todos que nosotros somos”. Vivimos en estos días la posibilidad de un tiempo de silencio que nos constituye como personas de manera inefable y misteriosa, como la vida misma.