
Sobre el terrorismo
Hace prácticamente 10 días recordábamos el vigésimo aniversario de los atentados a las torres gemelas de Nueva York. Las imágenes siguen siendo impactantes para quienes las pudimos ver en directo y dignas de no esconder en el olvido para los más jóvenes. Este evento se ha convertido prácticamente en una representación icónica de lo que es el terrorismo internacional, aunque hay muchos otros ejemplos.
Yuval Noah Harari (2021) en su libro 21 lecciones para el siglo XXI, explica desde un punto de vista histórico cómo los países democráticos han conseguido reducir a su mínima expresión el ejercicio de la violencia política y de la que se puede ejercer en el espacio público. El estado moderno reconoce que una de sus principales obligaciones para con los ciudadanos es mantener la paz en sus territorios.
La tranquilidad que normalmente se vive dentro de estas sociedades conlleva inevitablemente que cuando algún evento violento, de la magnitud que sea, tiene lugar, inmediatamente se genera una repercusión mediática y una reacción de rechazo por parte de todos los ciudadanos. Por inusual e inesperable hay una cierta “teatralización” del terrorismo, de tal manera que un evento reducido, aunque trágico, se magnifica por la caja de resonancia pacífica creada por el propio estado.
A la teatralización amplificadora le corresponde, por otro lado, un efecto similar en la respuesta al acto violento. El estado se ve obligado a responder con rotundidad tanto en las palabras, como en las medidas de seguridad, como en las promesas a la ciudadanía de que los responsables asumirán todo el peso de la ley. Se asegura el estado de que el ciudadano se siga sintiendo seguro y, por tanto, de que cumple lo que tiene encomendado. A la teatralización de las torres gemelas les correspondió inmediatamente un contraespectáculo cuyo escenario fue la toma del poder en Afganistán y, de paso, la de Irak.
El contexto de la conmemoración del 11S fue la retirada silenciosa, repentina y discreta de las fuerzas armadas de los países invasores. Tras 20 años, de repente, los ejércitos dicen que se van y que los afganos se las compongan solos. Aquí ya no hay reflectores ni alharacas. Ya no es relevante meter ruido porque en el fondo de la reacción contraespectacular hubo un exceso de pasión e interés político y un déficit de frialdad para analizar la situación. Tanto Bush, como los representantes de ambas cámaras, tuvieron más en cuenta lo aparatoso de la respuesta que si realmente era la adecuada.
En México, contrario a lo expuesto por Harari, no es frecuente utilizar la palabra “terrorismo”. Sí es cierto que el estado tiene la obligación de mantener la seguridad interna. Sí es cierto que cuando algo pasa se vuelcan las autoridades a los medios de comunicación y a las redes sociales para prometer que nadie está por encima de la ley. Pero la representación no es muy creíble. Ha habido granadas en espacios públicos durante las fiestas patrias, ha habido centros recreativos cerrados en que se quemaron vivas a las personas que se quedaron dentro, ha habido cuerpos colgados de los puentes, ha habido personas desmembradas, el domingo pasado hubo un paquete bomba en Salamanca, Guanajuato, ha habido más de noventa mil desaparecidos… El terror nuestro es cotidiano, no es algo espectacular ni da tiempo a engordar la indignación porque ocurre inmediatamente algo más.