EL FARO

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Nuestra consulta

El pasado día 1 de agosto vivimos en México el primer ejercicio de consulta popular regulada y basada en un sólido cuerpo legal. Es una figura similar al plebiscito o al referéndum, tal y como lo denominan en otros países. Se habían dado otras consultas, pero ninguna de ellas cumplía con este matiz de estar reguladas por la ley. 

La asistencia fue poca (7 millones de 93 en el padrón electoral), hubo algunos errores propios de la novedad del ejercicio, los resultados fueron vanos (se necesitaba una participación de un 40% de opiniones a favor de una de las dos opciones que se proponían), la historia que arrastra la hechura de la pregunta es para tema aparte, la cual no ayudó en nada a la participación. La interpretación parcial de los diferentes actores políticos (partidos, INE, analistas…), en un sentido o en otro, se ha convertido en una maraña comunicativa aburrida, repetitiva y estéril.

Al poco tiempo de esta consulta el presidente de la nación la alabó y contextualizó su finalidad última. Básicamente, dijo que este tipo de opciones que ofrece oído a todos quienes deseen expresar su opinión, es la diferencia entre una democracia representativa y una democracia participativa. 

La representativa se agota en el depósito del voto en las urnas cada vez que se convoca a unas elecciones municipales, estatales o federales. Tras la emisión del voto, la ciudadanía queda a merced del desempeño y buena voluntad de los seleccionados para representar los intereses de los ciudadanos. Este es un avance que la Revolución Francesa, a su manera, consiguió para la modernidad.

La participativa implica una evolución del modelo anterior. Supone una mayor madurez tanto del propio sistema como de la conciencia de los ciudadanos. Ya no se trata de esperar cada convocatoria para votar, sino que se procura que los grupos sociales organizados puedan tener ámbito de acción en beneficio de la sociedad completa. 

A estos dos modelos, se permitiría su servidor, añadir otra variante de la democracia que sería la compleja. Democracia compleja incide en la inclusión de todos los ciudadanos a la hora de expresar sus pensamientos y análisis. La realidad y el mundo en que vivimos se ha estructurado de manera acelerada. No dejar en el silencio a ningún sector de la sociedad es una tarea que implica tanto a los medios como a los propios políticos. Incluye este modelo los dos anteriores y evita la discriminación de cualquiera de los actores. 

La consulta de principios de agosto nos ha puesto en el segundo nivel mencionado. Hemos avanzado mucho en estos años y nos quedan por delante retos que afrontar para llevar nuestra democracia a un mejor nivel. La palabra consulta, según el diccionario RAE, tiene en sí misma incluso un sentido de deliberación. La capacidad de elegir nos acerca a la capacidad de actuar. Más allá de las limitaciones o interpretaciones que se hayan podido encontrar, es prudente considerar que las opciones que se abren a futuro son más halagüeñas que las defectos. Si fijamos la mirada futura en el bienestar nacional, tenemos ya una herramienta más para mejorar. 

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