
De Pegaso a caballo de Troya I
Desde el fin de semana antepasado, ha sido noticia mundial la invasión de la intimidad de miles de números telefónicos en todo el mundo. Periodistas, políticos, jefes de gobierno y, en general, los actores sociales, han padecido desde años atrás el espionaje de unos interesados desconocidos de momento que utilizando el programa Pegasus de NSO group, tuvieron acceso a llamadas, redes sociales, imágenes y videos de sus teléfonos personales.
Un consorcio de periodistas de todo el mundo denominado Forbidden Stories junto con Amnistía Internacional, coordinaron una investigación compleja y global a partir de unas filtraciones de documentos que permitieron denunciar las escuchas y las aplicaciones de estas metodologías tecnológicas sin control legal alguno.
En distintas partes del mundo, mandatarios y organizaciones de la sociedad civil han condenaron el uso de estas tecnologías a civiles y no al crimen organizado y sin control judicial. México suma, aproximadamente, una tercera parte de los números que han sido infectados. Es el país con mayor nivel de escuchas. De los cincuenta mil escuchas registradas, quince mil corresponde a mexicanos de diferentes ocupaciones. El programa Pegasus se ha convertido en un auténtico caballo de Troya en cada celular infectado que ha observado y grabado lo más íntimo de las vidas de sus dueños. El sueño omnivigilante del Gran Hermano de la novela 1984 de George Orwell, se ha hecho realidad.
Si tuviéramos que analizar el fenómeno desde una perspectiva comunicativa y filosófica, no tanto legal y política, tendríamos que comenzar por decir que se ha violentado la profundidad de la escucha. Cuando un hablante emite un mensaje espera que el receptor escuche con atención y se deje permear por el contenido interpretando palabras y gestos para entenderlo. En este caso han existido diferentes escuchas con intenciones aviesas y manipuladoras.
La intención, pues, de no concederle al otro la dignidad de escuchar con una actitud abierta rompe el equilibrio de la comunicación desde una escucha instrumental.
No solo se trata de una violentación de la escucha, sino que también se fuerza la figura del emisor. Ya no es visto como la figura que en simetría y con un compromiso consigo mismo emite un mensaje que desea llegue a quien lo escucha. El hablante es alguien que se convierte en sospechoso de pensamientos o acciones peligrosas, no para el común de la sociedad, sino para unos intereses
concretos, pero sin definir todavía.
Si mediante la escucha ilegal se violenta tanto a emisor como a receptor, es muy claro que el mensaje queda adulterado por una práctica ilegal con fines de control político, económico o de cualquier otro tipo. Se rompe la buena intención en la comunicación, la eficacia de la misma y se instrumentaliza el contenido y los participantes en aras de la intención con que se les escucha de manera criminal.