El Faro

¿Buenos samaritanos?

Hace ya una década, la editorial Trotta publicó una colección de ensayos del autor alemán Jürgen Habermas que tituló Israel o Atenas. Ensayos sobre religión, teología y racionalidad. En ellos analiza cómo el pensamiento occidental no solamente se encuentra penetrado por la potencia racional griega, sino también por la influencia esperanzadora de la fe que proviene de Jerusalén. La religión, desde las raíces culturales más profundas, tiene su lugar y función en la sociedad que denominamos consuetudinariamente occidental.

La historia de estas sociedades habla inevitablemente de la relación entre el poder social, político y religioso. De una u otra manera, en uno u otro momento histórico, estos factores han tenido que organizarse para convivir de diferentes maneras. De este fenómeno relacional seguimos hablando con más o menos vehemencia en México. El dato, de manera muy rudimentaria, es que el poder religioso se ha ido aislando en nuestro país de la influencia política y social. Desde el punto de vista político, la normatividad más fundamental declara al estado mexicano como laico. Desde el punto de vista social, la estadística refleja cómo poco a poco los mexicanos se alejan del punto de vista cristiano y religioso en general.

En estos tiempos de COVID-19 en México las religiones han perdido una oportunidad tanto carismática como social de adquirir una nueva relevancia. Uno de los dolores más profundos de las familias que han vivido la pérdida de uno de sus seres queridos ha sido, además de la separación en sí misma, la imposibilidad de acompañarlos y de despedirlos. Los difuntos murieron solos, acompañados por el personal sanitario, sin auxilio religioso, sin afecto de familia. Los religiosos no han aparecido en las unidades de cuidados intensivos, no se han convertido en “héroes” nacionales por su capacidad de servicio, no se han entregado a los más necesitados. No cabe duda de que algunos de ellos sí lo habrán hecho de manera personal, pero no han estado a la altura de la magnitud de la enfermedad.

Hemos dicho que perdieron la oportunidad carismática y social de ejercer un servicio. Cuando mencionamos lo carismático, nos referimos a su vocación. Los religiosos no son voluntarios, son personas que por llamado divino se dedican al servicio de los demás. Si no sirven para servir, no tienen función en la sociedad, no cumplen con la buena noticia que vienen a traer y que deben vivir. Son “profesionales” del amor y de la entrega. Cuando hacemos referencia a lo social, queremos decir que desaprovecharon la oportunidad de hacer presente en nuestra sociedad individualizada, de descarte y monetarizada una visión real más comunitaria, más centrada en la persona, más generosa y amorosa.

El relato del buen samaritano es una historia evangélica que ejemplifica la actitud del auténtico religioso ante el necesitado. Este valor, por supuesto, es icónico y válido ahora y siempre para toda sociedad, también para la occidental. Imaginemos que el buen samaritano actual se ha guardado en su casa para salvarse él mismo. Imaginémonos que en lugar de salir al encuentro del otro, herido y solo, se ha ensimismado en sus rezos y rituales. Imaginémonos que en lugar de no pensar en los peligros que le sobrevenían por atender a un “extraño”, se somete obediente a su propia seguridad. ¿En dónde encontraremos hoy buenos samaritanos?

Related posts