Instrucción o institución
La palabra española “instrucción”, como muchas en el idioma, tiene varias acepciones. La primera, y más conocida, es la que tiene que ver con la transmisión o adquisición de conocimientos. Así lo constata el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Este mismo documento, en sus acepciones posteriores, apunta el sentido en esta palabra de conjunto de indicaciones o normas fijadas para el cumplimiento de un proceso administrativo.
En México es muy frecuente el segundo uso, pero con un añadido. Se le suma el peso de la autoridad de un puesto político que decide por su propio criterio que algo debe hacerse, aunque no diga cómo debe realizarse la actividad. Es muy frecuente escuchar a funcionarios, de todo nivel, justificar sus acciones por la disposición directa de su mando superior, quien les “instruyó” en lo que se debía hacer.
Este uso, que mezcla autoridad y discrecionalidad, es el que llama la atención y nos pone a reflexionar. Ya comentamos, en alguna otra de nuestras columnas, sobre la importancia que el uso de las palabras puede llegar a tener. En el caso de la palabra que nos ocupa en la presente cooperación, solamente indicar dos elementos que combinados pueden llegar a generar un cierto peligro. El primero de los elementos tiene que ver con el ejercicio de la autoridad. Se trataría de una autoridad de tlatoani, virreinal, en la que la estructura inferior se alinea de manera automática, silenciosa y acrítica, simplemente porque lo dice el jefe. El segundo elemento, se relacionaría con la falta de procesos establecidos y con la ausencia de una estructura de gobierno que sepa cómo accionar el aparato del estado en cada uno de los casos que nos afecte. Nos habla de ocurrencia y de improvisación.
El remedio a estos peligros mencionados en la instrucción, puede ser el fortalecimiento lo más profundo posible de la institución, del conjunto de estructuras que saben cómo funcionar, que es experta en cada área de trabajo y que actúa más allá de las personas concretas. En México, el manejo del poder es discrecional y es personal. Cada gobernador, el presidente de la república, los presidentes municipales, los secretarios…etc. Dejan caer con cierta frecuencia de sus bocas, las perlas con las que instruyen a sus subalternos para que las cosas salgan bien, normalmente en casos extremos, cuando la solución ya no es tan fácil. Quizá pudiera ser bueno para todos, que hubiera menos protagonismos personales y que hubiera más fortaleza en las instituciones; que hubiera reglas y procesos más claros y menos ocurrencias de momento; más aportaciones de la mayoría y menos protagonismo de unos pocos. Estados Unidos de Norteamérica nos enseñó en estos días atrás el valor y el peso de las instituciones y la futilidad del culto a la personalidad. Quizá sobren tantas órdenes particulares y falte más orden en las estructuras generales.