EL FARO

Las plazas contra el poder

Hace más de dos milenios y medio que grupos de hombres se reunían en la plaza principal de su ciudad griega y debatían con total libertad cuáles eran los problemas que les afectaban, cuáles eran las posibles soluciones y a qué se comprometían para el bien de todos. La plaza se denominaba ágora y la actividad se considera como el primer ejercicio democrático directo, respetando el contexto y forma de pensar de la época. 

En este espejo modélico y salvando determinadas circunstancias, nos hemos estado mirando las sociedades mundiales que en un momento u otro hemos deseado dar el paso hacia un régimen político y social democrático por representación. Hemos soñado con poder reunirnos todos en un espacio público común, en poder expresar con libertad y seguridad nuestras opiniones, en escuchar a los demás conciudadanos, en acordar las medidas mejores para todos y en comprometernos a ponerlas en práctica como sociedad.

Sin embargo, la historia más reciente nos indica que el poder, que debe servir a la ciudadanía pues emana de ella y para ella, no siempre se entiende bien con los conjuntos de ciudadanos que se reúnen en el espacio público a exponer sus razones sobre la vida que llevan. No pocos han sido los casos en los que el poder establecido se ha situado por encima de la originalidad de la asamblea ciudadana y ha volcado sobre ella la fuerza más dura que tiene el estado.

Aún recordamos cada año lo acontecido en la plaza de las tres culturas en Tlatelolco durante el fatídico octubre de 1968. La grave amenaza eran los jóvenes estudiantes saliendo por las calles a reclamar lo que consideraban mejor para su futuro. La respuesta fue la triste “noche de Tlatelolco”. En China, en la céntrica plaza pekinesa de Tiananmén, durante los calores de junio de 1989, otros estudiantes se manifestaron durante semanas pidiendo más apertura a su propio gobierno. De igual manera que en México, la respuesta consistió en tanques y sangre. En el año 2011 la céntrica plaza Tahrir de El Cairo fue el lugar en donde miles de egipcios, a la sombra de la denominada “Primavera árabe” que comenzó dos años antes en Túnez, se expusieron a amenazas con tal de manifestar sus inconformidades con los que les gobernaban. El resultado fue el cambio de autoridad máxima del país.

El último caso en esta línea somera del tiempo, es el operativo que Trump ordena contra los manifestantes de la plaza Lafayette en Washington hace unos días. Distintos cuerpos de seguridad del estado se estructuran para ganar el espacio público a los ciudadanos disconformes con la muerte violenta de George Floyd. El presidente desalojó la plaza porque deseaba ir hasta un templo cercano a sacarse una foto con la biblia en alto y dar ánimo a su parroquia de votantes.

La plaza permanecerá siendo un símbolo de democracia, de participación, de ciudadanía compleja, de tolerancia y diálogo. Mas será una amenaza para quienes detentan el poder y desean controlar el espacio público. Por tanto, la plaza, con lo que representa, es un ámbito que los ciudadanos tenemos que ganarnos diariamente con responsabilidad y contrabalanceando los argumentos interesados de los gobiernos.

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