Moralita
Moralidad o moralización es una palabra que apareció con fuerza en la rendición de informe del presidente de la nación el pasado 1 de septiembre. Para él es uno de los principales objetivos de su función pública y una de las principales herencias que desea dejar al futuro México. A la moralidad se invita a todo el sector público y de paso la convierte en meta común.
Como es lógico, muchos oídos estaban atentos a las palabras del presidente y al contenido de su informe. No pocos de los que oyeron mencionar la palabra que nos ocupa, automáticamente se remitieron a un contexto religioso. Moralidad, sería en este código de interpretación, similar a un código impuesto por una religión. Seguramente no está muy alejado del contexto y de las intenciones del presidente (por sus citas del evangelio y del Papa Francisco, por ejemplo), pero no tiene que ser necesariamente de esta manera.
La ética y la moral, que aunque no son lo mismo forman dos caras inseparables de una única moneda y pueden entenderse como sinónimas, tienen per se un sentido histórico, etimológico y de contenido que no debe asentarse necesariamente en las fuentes de religión alguna. La moral es el reto que toda persona tiene de construirse como el mejor ser humano que pueda teniendo en cuenta sus propias capacidades y el entorno en que existe. Esta descripción rápida de cómo se puede entender a la moral nos ayuda a entender que es una obligación para todos y un camino que cada uno y en sociedad debemos recoger.
La moralidad no debe entenderse como si nos asemejáramos a unos camellos cargando dos jorobas que serían bultos de normas que tenemos que cumplir. La moralidad se refiere al conjunto de decisiones que cotidianamente vamos tomando orientadas a ser el mejor yo y nosotros que podamos alcanzar. Estas decisiones libres que nos humanizan cada vez más se alinean para ubicar nuestra vida una vida de auténtica humanidad. Así como nos referimos de este modo a las personas y a la sociedad, podemos extenderlo al ejercicio de las profesiones y, por supuesto, al ejercicio del servicio público.
Cuando aceptamos la moral como listado de normas la entendemos como “moralina”; cuando la seguimos como capacidad de ser mejores nosotros sería “moralita”. Esta expresión típica de Ortega y Gasset, es un híbrido entre moral y dinamita. La “moralita” sería, pues, la capacidad explosiva que tendríamos de transformarnos junto con el mundo en la mejor versión que podamos obtener de ambos, personas y mundo.
¿Según esta propuesta de moralidad qué sería lo bueno? Sería bueno toda aquella decisión que tomo y que conduce hacia mi mejor versión con persona y sociedad. ¿Qué sería lo malo? El resultado de mi decisión cuando no apoya a la construcción de mi mejor versión y de mi entorno. No se trata pues de normas, sino de prudencia cordial para saber tomar decisiones que fortalezcan el ámbito personal y social.
Cuando se entienden las palabras del informe del presidente con base religiosa y como códigos de normas, no hemos pasado de moralinas. Nuestro nivel de interpretación es bajo. ¿No será más adecuado situarnos en una perspectiva nueva que nos ayude a todos los ciudadanos a construirnos de mejor manera como personas y como sociedad? Si es así, es probable que no haya tarea más urgente en nuestros días.