RETRATOS HABLADOS
Se trata de un juego absurdo, que a buena parte de la población le tiene sin cuidado, porque desde hace mucho, mucho tiempo, tienen un juicio: “todos son iguales”. Dan por hecho que nada cambiará, quede quien quede. La vida, el tiempo, las amargas experiencias, les dan la razón.
Y desembocamos en una historia lastimosa, terrible, donde no hay ni buenos, ni malos. Solo lo que hay, que resulta poco pero suficiente. Así que, si uno es candidato y el otro no, a los que se han descreído de ese mundo farandulero, les tiene sin cuidado.
Tienen razón. No son las “bases”, la militancia cautiva, o el voto en bloque que se da a cambio de pensiones, antes llamadas Solidaridad; tampoco los de sesudos análisis que conforman la contraparte, que juran ser poseedores de la única y auténtica solución a todo. Es decir, a nada.
No.
Son simplemente los que han vivido sexenios y sexenios, con todos los personajes del moderno circo, y conocen lo que hace el payaso de los pastelazos, el payaso de los trucos evidentes; el equilibrista, que también le hace al trapecio, y brinca de un lado a otro; el contorsionista, que se retuerce ante los ojos de todos, y dobla la columna vertebral como si fuera chicle.
Los conoce tanto, ya nada es sorpresa, ni siquiera el que daba vueltas en una esfera de acero, hasta que le cayó en la cabeza la motocicleta.
Por eso no le preocupa lo que hacen, que todos son sustituibles, todos con repuesto de emergencia. Todos igualitos a los de antes, a los de ayer, a los de mañana.
El mundo farandulero de la política, al que ahora asisten por puro y simple gusto, nomás porque sí, por el placer de ver si uno se cae del alambre equilibrista, si el otro doma al león de cartón.
Nomás por el puro gusto de ver los desfiguros que hacen por el ansiado poder.
Nomás por eso.
Mil gracias, hasta mañana.
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