
RETRATOS HABLADOS
El respiro que da llegar cuando menos con salud a un nuevo mes sin sumarse a las cifras de difuntos muy normales a esta edad, empieza a transformarse en una preocupación que llega de a poco, casi sigilosa, pero contundente; golpe como del odio de Dios que mencionaba el poeta peruano César Vallejo: la falta de dinero para enfrentar hasta los más mínimos compromisos que empiezan a traducirse en llamadas amenazantes de los cobradores del banco (peor si usted tuvo la ocurrencia de aceptar la tarjeta Invex-Volaris, Scotia, o la de Santander).
Lo que en un principio estaba usted seguro que solo serían atrasos normales en sus pagos, es decir que por alguna misteriosa razón tardarían hasta un mes, mes y medio ya en el colmo de la exageración, se ha convertido en un verdadero calvario cuando se persigna una y otra vez, hace ritos para la suerte y teclea su NIP en el cajero para ver si cayó una quincena, media, un cuarto, lo que sea, y descubre que nada; nada de nada, como no sea que se repiten tres ceros que le devuelven a la angustia, a la incertidumbre, al infierno de todos tan temido de la duda incluso existencial.
En aquel tiempo, cuando hasta sonreía por un posible problema de telecomunicaciones en el banco donde recibía sus emolumentos, simplemente se decía a sí mismo: “seguro para el lunes todo estará normal y un atraso en el pago de la tarjeta, la hipoteca, la mensualidad del coche, la colegiatura, no significarán nada. Todo volverá a ser como antes y esto será un capítulo amargo que pasará”.
La siguiente semana fue lo mismo, y de plano decidió no acudir al cajero, no abrir la aplicación del banco para indagar si hubo o no depósito. Por alguna misteriosa razón estaba seguro que no molestar a un programa de cómputo, le traería como consecuencia que aparecieran en la pantalla juntos los pagos que le adeudaban. Pero ni así: todo seguía en ceros.
En tanto, los encargados de invitarle ya nada cordialmente a pagar sus deudas con las tarjetas de crédito, le advertían que su caso ya estaba en manos de un despacho jurídico y que pagaría muy cara su osadía de querer burlarse de una institución tan caritativa como Invex-Volaris, Scotia, o Santander, que si no tenía dinero para qué se había dado a la tarea de comprar cuanta tontería se le atravesaba en el camino. Vaya pues: que la iba a pagar.
Peor estaba el asunto con los de la hipoteca, porque le decían con toda tranquilidad que si le faltaban solo cinco años para liquidar el adeudo, ahora se iba a ir a otras 60 mensualidades extras por no cumplir su palabra, y que si se negaba entonces se atuviera a un juicio largo y penoso que de todos modos iba a perder junto con su casa y el dinero invertido.
Habían pasado cuatro meses exactos cuando se dijo que ya nada tenía sentido, que de todos modos lo que Dios otorga cualquier día lo quita y ni qué hacer, como no sea tener buena actitud con la vida, que como quiera tenía salud a sus 60 y tantos años, igual que su familia.
Así que se despertó, miró el cielo nublado pero pintado de día, acudió como todos los días lo hacía, porque salir de su casa era una oportunidad de regresar con buenas noticias que perdían chiste si hacía la consulta simplemente en el celular o por teléfono. No, se trataba de armar un rito de esperanza al tiempo que marcaba los cuatro números de su NIP. Sabía que del otro lado ya no había nadie que hiciera el pago, que todo se había caído como una casa de cartas, que le habían advertido de esa posibilidad.
Pero aún con los tres ceros eternos en la pantalla se dijo que todo eso pasaría, que despertaría del mal sueño y podría celebrar la vida; incluso olvidarse de esa tos cavernosa que no lo dejaba desde que todo esto empezó, ni los escalofríos de mirarse como un fantasma en las vitrinas de peces encerrados, que son los lugares en que los bancos instalan sus máquinas que expenden dinero en billetes.
Empezó a pensar que después de todo no sería el primer fantasma de un cajero automático.
Mil gracias, hasta mañana.
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