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Familia Política
En las pláticas comunes de amigos, cuyo perfil no es precisamente de intelectuales, es tradicional la consigna de que ciertos temas deben callarse en beneficio de lo políticamente correcto dentro de las relaciones humanas. El imperativo categórico para esta importante cuestión es: jamás hablar de deportes, política y religión. El motivo es fácilmente explicable: los tres temas son factibles de formar opinión mediante juicios de valor y, por lo tanto, de juzgar desde puntos de vista diferentes y aún excluyentes, lo que obviamente hace imposible cualquier acuerdo que no sea, el no estar de acuerdo.
Estoy seguro que un buen porcentaje de los ciudadanos con mínima conciencia crítica, nos preguntamos ¿qué hay detrás del fanatismo con que se juzga a ciertos personajes públicos? La respuesta puede ser múltiple y las perspectivas de juicio, altamente subjetivas.
Me confieso predispuesto a no dejarme convencer por palabras o actos que provengan de presuntos chamanes, adivinos, videntes, sanadores y personalidades por el estilo; sin embargo, me llamó la atención un invitado que hace unos meses, Carlos Alazraki tuvo en uno de sus programas. El hombre es conocido como “El Chamán” Fernando Broca y es todo un estuche de monerías en el manejo de las cosas en las que no creo; sin embargo, escucharlo sin prejuicios, me llevó a apreciar a un hombre culto, autor de varios libros; Historias que Sanan es el más conocido.
El agudo interlocutor preguntaba a su entrevistado: “Oye, yo tengo gran preferencia por mi equipo de futbol, el León, pero cuando juega mal, no tengo reservas para decir que todos sus miembros son unos pendejos y que me disgusta profundamente su derrota, aunque muy merecida; en cambio, el Presidente AMLO y su equipo, la riegan una y otra vez; aun así, el “pueblo bueno y sabio” no se da por enterado o encuentra una justificación para cada error. ¿Qué pasa?”. La respuesta de El Chamán se dio dentro de las siguientes pautas, cito libremente: “Esta actitud popular es producto de la ignorancia y no me refiero a quienes no terminaron la primaria o son analfabetas funcionales; sino a aquéllos que temen acercarse a su propia identidad, convencidos de que “todo lo bueno es nuestro y lo malo es culpa de alguien más; ese alguien (individual o colectivo) hace todo lo que puede por perjudicarnos”. Esto es ignorancia de consciencia; carencia de autocrítica; mecanismo de defensa que el subconsciente utiliza para proteger nuestra tranquilidad y evitar sentimientos de culpa. Quien padece este tipo de ignorancia, se muestra incapaz de reconocer su responsabilidad en cualquier decisión que no le da los resultados que esperaba. Para este sector, siempre es necesaria la presencia de un chivo expiatorio; de un diabólico ente culpable de todos los males, al cual hay que destruir, a cualquier precio; prefiere vivir en su propia mentira, que enfrentarse al mundo real; se niega a desprenderse de su esperanza por temor a los monstruos de la realidad que él aceptó y legitimó con su voto; siempre vive pensando que el futuro le traerá cosas nuevas; que surgirán los aciertos de su mesías, el cual no se equivoca jamás, pero que sufre el sabotaje de los enemigos de la patria, de los conservadores y adversarios del progreso. Para estos efectos, él es México, él es la Patria, él es la Constitución, él es la soberanía, él es jefe moral de los tres poderes de la Unión…
La distorsión de la realidad no es cuestión, repito, de ignorancia académica; ¿Cuántos reconocidos profesionistas se forman en las filas del dogmatismo, de la fe ciega en un ídolo, aunque éste tenga los pies de barro? Es importante dejar, a manera de conclusión, que todas las mentiras, carencias, ataques, condenas que otorga la pertenencia a cierto grupo que se considera agraviado, las traslada al extraño enemigo, Masiosare, que está oculto en algún lugar y que su única razón de existir es causar daño como venganza porque perdió el poder y junto con él, la oportunidad de enriquecimiento ilícito y corrupción: “Los de antes robaban más”.
Cierto, las discusiones y peleas también se dan en el terreno del deporte comercial; las gorras, las camisetas, las biografías de los grandes, pueden llevar al bullying, al término de amistades e, incluso, a confrontaciones violentas.
En materia de religión, no se diga. Basta recorrer las páginas de la historia para encontrarnos con afirmaciones, por ejemplo, de la antropofagia de los aztecas quienes, según investigaciones recientes, después de sacar el corazón de los prisioneros de las guerras floridas, arrojaban el cuerpo para proveer de carne a la chusma, en un acto “eminentemente ritual y religioso”. ¿Y qué podemos decir de las atrocidades de la Santa Inquisición en el pasado, de la pederastia, del tráfico de personas que, en la actualidad, se esconden detrás de las sotanas, al cobijo de los altares?
Cosas veredes, Mío Cid.