RELATOS DE VIDA
La noche estaba bastante fría, sin embargo las condiciones climáticas no fueron impedimento para que Mónica saliera a divertirse; al fin y al cabo, el calor aumentaría con los tragos y el baile con el grupo de amigos.
La chica, con apenas 23 años a cuestas, decidió faltar el fin de semana con sus padres para convivir con los amigos, el pretexto: un trabajo de investigación complicado que le exigía el tiempo del “finde” para culminar.
Además, estaba muy motivada porque sabía que en la salida encontraría a José, un chico que le atraía bastante y que en últimas fechas había mostrado interés hacia ella, así que se puso las mejores garras: un pantalón ajustado y una ombliguera, que tapó por unos momentos con un abrigo que permitía observar de buena forma las líneas de su cuerpo.
Después de alaciarse el cabello, se maquilló con detenimiento: perfiló la forma de sus labios, de sus ojos y de sus cejas, y perfumó para finalizar; tomó su bolsa en la que colocó un espejo y un labial, y salió de casa para tomar un taxi que la llevara al destino pactado.
Llegando al lugar, saludó a todos sus amigos, ya habían empezado pidiendo un tritón de cerveza; se unió gustosa con un tarro, se incorporó a la plática respecto a la escuela, los compañeros, los maestros, las expectativas; y en ratos se levantaba a bailar con José, con quien coqueteaba.
Después de tres horas de charla, baile y varios tritones más, inició con el ritual de despedida, acto al que el joven la acompañó, argumentando que la llevaría a casa pues ya era tarde para que anduviera sola.
Le abrió la puerta del carro, y una vez sentada la cerró cuidadosamente; dio la vuelta por la parte de enfrente del vehículo mientras le echaba un vistazo, se subió, ajustó el cinturón de seguridad y encendió el automotor.
Emprendieron el camino hacia la casa de Mónica, y entre la plática, aprovechaba para tocar su pierna, al no ver resistencia, avanzó centímetros más hasta llegar a su entrepierna, después subió para introducir la mano al interior de su pantaleta.
La chica sólo lo observaba, pero cuando comenzó a sentir los movimientos, solamente se dejó llevar, cerró los ojos para disfrutar la cadencia de los dedos que resbalaban lenta y fácilmente dentro de su sexo, debido al exceso de lubricación.
Sentía que estaba a punto de llegar a la gloria, sin embargo su relajación extrema aflojó todo su cuerpo provocando un ruido extraño, un estruendo corporal que la hizo incorporarse en el asiento y a José sacar la mano de su ropa interior.
Las dos cuadras que faltaban para llegar a su casa fueron eternas, pues el silencio era demasiado incómodo; al estacionarse, Mónica agradeció el aventón, José solo asintió con la cabeza y se retiró inmediatamente. El lunes al encontrarse en la escuela, esbozaron una sonrisa y cada quien siguió su camino.