El espíritu del cementerio

LA GENTE CUENTA

Una noche lluviosa, el barrio se encontraba parcialmente en penumbras, y en una habitación, dentro de su fuerte elaborado con cojines, sábanas y algunos peluches, armados de lámparas incandescentes, los gemelos Diego y Damián se dedicaban a contar historias de terror.
    •    Ahora me toca a mí –reclamó Diego su oportunidad. 

    •    Zas. Pero que sea de miedo, porque las que cuentas nada más me hacen dormir –lo retó su hermano. 

Diego se colocó la lámpara en frente de su rostro, como para dar un ambiente aún más tétrico y con aire y gestos ceremoniosos, relató con lentitud:
    •    Dicen por ahí que en la escuela en la que vamos, antes había un cementerio. Hace muchisísimos años, cerca de aquí vivía un niño. Y dicen que ese niño no escuchaba nada. Era sordo el pobre…

El pequeño Damián comenzaba a abrazar a su amigo de peluche, un pequeño león, en el instante en que Diego acercaba más su lámpara, dándole una apariencia macabra.
    •    Y un día, estaba jugando con una pelota cerca del cementerio. De pronto, la aventó muy fuerte, ¿y a dónde crees que fue esa pelota?

    •    Damián agitó la cabeza negativamente, de forma tímida. 

    •    ¡Al cementerio, hermano! –su contraparte dio un pequeño salto-. Y el pobre niñito no vio a nadie para que le pasaran su pelota. Y entonces… se le ocurrió treparse a la barda. Los adultos jamás lo vieron, ni cuando jugaba, ni cuando se metió al cementerio. 

La lluvia parecía darle un aspecto más terrorífico a la narración.
    •    Ya se hacía de noche. Y cuando fue por la pelota sintió que alguien lo miraba. Se volteó… ¿y qué crees que miró el niñito?

Cubierto por completo con su mantita, Damián volvió a girar la cabeza, más lento que nunca.
    •    ¡Era el espíritu de la momia del cementerio! El niñito quería gritar, pero no pudo. Se lo llevó a su tumba. Nadie volvió a saber más de él. Y dicen los que lo han visto, que parece un monstruo verde, bien feo. 

    •    Y… y… ¿ese niñito se aparece en la escuela? –preguntó Damián tímidamente. 

    •    Eso no es todo, hermano –Diego sonrió maliciosamente-. Dicen que si te despiertas por la noche cuando esté lloviendo, vas al espejo y dices tres veces “aquí estoy, niñito”… -hizo una pausa dramática-, ¡llega la momia del niñito y te agarra del brazo!

Justo cuando mencionaba estas palabras, un relámpago surgió de la nada, Damián dio un grito muy agudo, y la luz de su cuarto se encendió.
    •    Diego, Damián –la madre entró alertada por el alarido-, por el amor de Dios, ya les dije que no estén asustándose en la noche, que ya después no pueden dormir. Ya, váyanse a dormir. 

Los gemelos no tuvieron más remedio que obedecer a su madre, y a pesar que Damián sabía que la historia de su hermano era falsa, no pudo ocultar su preocupación.
La noche corrió, y de pronto Damián tuvo ganas de ir al baño. En el ambiente flotaba una cierta vibra tenebrosa. Tomó su pequeño reloj de dígitos, y miró la hora: era medianoche. Con temor impregnado en sus rodillas, acudió al baño sigilosamente.
Observó el espejo de reojo. Una intensa curiosidad lo invadió, colocó cerca un pequeño cajón, y se subió para ver. Se acordó de las tres palabras; las dijo una, dos… tres veces. Un trueno resonó de pronto, y atrás de él… ¡El espíritu!
Otro grito agudo salió de su voz, y de pronto el “espíritu” encendió la luz.
-¡Damián, me asustaste! –la madre, sobresaltada, y con una mascarilla verde en su rostro, reprendió a su vástago. De pronto, un sonido acuoso se escuchó en aquella habitación: el pequeño había derramado todo su miedo sobre el suelo.

Related posts