LA GENTE CUENTA
El sol caía inclemente, era clase de educación física, y Mauricio, de repente sintió algo en el pie derecho al momento de patear un balón con fuerza, y que este mismo tiro significó ganar el privilegio de su equipo de obtener puntos extra para las pruebas finales.
-¿Qué pasa, Mau? –preguntó Luis, intrigado por la inquietud de su compañero.
-Creo que una piedrita se me metió en el tenis –respondió el pequeño, arrastrando el pie en cuestión.
Afortunadamente la clase había terminado, y encarrerado, Mauricio se dirigió hacia el baño de los niños para terminar de una vez por todas su sufrimiento. Casi se va de espaldas cuando, de su zapato, emanaba un olor penetrante y perturbador, pero lo peor fue lo que descubrió: su calcetín nuevo se había roto.
Ya se imaginaba el pobre niño cuando llegaría a su casa el regaño que le daría su madre una vez que se enterara: ¡eres un descuidado!, uno que se rompe el lomo para comprarte las cosas y tú en un momento las desaprovechas, no es posible, de veras… otros niños que de plano no tienen nada ya quisieran estar en tu lugar, eso no lo ves, caramba…
Aterrado, se volvió a poner los tenis, y se dirigió hacia la salida de la escuela, en espera, quizá, de lo inevitable. Trató de fingir un momento que el desperfecto no le molestaba en lo absoluto, y cambió un poco su forma de caminar. No había pasado mucho tiempo cuando el auto de su madre hizo acto de presencia en la acera.
-¿Todo bien, mi amor?
-Sí, mami –sonrió Mauricio, a la vez que se subía al auto.
Los minutos parecían hacerse eternos, Mauricio quería llegar a su casa a toda costa, desaparecer la evidencia y evitar que su madre tuviera un gran disgusto, por eso, en cuanto llegó a su casa, salió corriendo, ante la mirada atónita de su madre.
Abrió su ventana para evitar que los olores nocivos quedaran encerrados en su cuarto, acto seguido, se quitó los zapatos y los guardó debajo de su cama. Y justo cuando estaba en la tarea de eliminar la escena del crimen, su madre llegó para anunciar la hora de la comida.
La mujer miró de reojo a su vástago, mientras que él, con la evidencia en la mano, observaba expectante, preparado para el ataque furibundo.
-Sabía que esos calcetines eran corrientes –resopló la madre.