El día que llegaron las lluvias

DE CUERPO ENTERO

San Jeronimito no estaba preparado para esta pesadilla. Si bien es cierto que los sacrificados presidentes municipales en el devenir de su historia siempre se han roto la madre por esta comarca, y que después de jurar con la promesa que de no cumplir el pueblo mismo se los demandaría, hoy este pueblo de duraznos, con aroma intenso a amapolas y geranios desperdigados por las entradas, se enfrentaba a una catástrofe única; dirían semanas después las viejas santurronas que no faltan: “esto fue obra del que no es bueno”.

Como pericos, los periodistas lectores de noticias habían anunciado que el ciclón Harvey se podría convertir en categoría 3 y demás cosas que de tanto repetir parece que sólo quieren espantar. Ruperto, el presidente en turno emanado del partido de los tres colores en una contienda única, donde hubo un solo candidato y que con el voto solo de su madre, de por sí hubiera ganado, realizó la campaña más suculenta de este pueblo: “la hice a ras del piso, para darme un generoso baño de pueblo”, decía sin aspavientos cuando se hizo del triunfo. “Rupe”, como todo el mundo le dice, no hizo caso de las recomendaciones y justo en la noche de la fiesta del Santo Patrono, empezó la lluvia.

Los vientos como malditas bofetadas, movían los postes, la procesión que tenía escasos minutos de iniciar, y que solía cruzar todo el pueblo con San Jeronimito montado en su caballo blanco, tuvo que regresar corriendo a la iglesia con el riesgo de que el Santito se desprendiera de su cuaco; la gente corría despavorida y “Rupe” aseguraba que todo pasaría pronto. Los cables de luz, como estambres, se rompieron haciendo un estruendo que dejó a San Jeronimito sumido en las tinieblas.

Las lluvias habían llegado, ¡pero, de qué forma! El pueblo con cercas de piedras oscuras, y tierra muy porosa, absorbía siempre con rapidez la pobre lluvia de cada año; ¡hoy todo era diferente!

La lluvia rugía con el viento como malditos sicarios a sueldo que buscan a sus víctimas, muy de repente, dos luceros se dejaban ver, diríase espantados y la lluvia seguía y por momentos aumentaba. La gente corría buscando refugio y protección con su familia, como si fueran culebras emanadas del infierno, caudales de agua empezaron a descender de las montañas, los relámpagos como flashes aparecían y se iban dejando ver un pueblo sin calles y sin templo.

Cuando empezó el día el sonido del agua alocada era la única música, otrora la banda municipal de la región, que solía hacer bailar a todos los colonos. Todo estaba destruido, los dos hijos de Altagracia habían desaparecido y el Señor Cura junto con su acólito, estaban atrapados en lo alto del campanario destruido. “Rupe” tenía a buen recaudo a su familia: su madre de 80 años que acurrucada aguardaba en un rincón de su casa. Pasaron las horas y se dieron cuenta que San Jeronimito ya no tenía calles, pocas casas estaban de pie, el agua seguía su rumbo como si siempre hubiera sido su camino. La lluvia tenue disfrazaba las grandes lágrimas que todos enjuagaban.

“Rupe”, sacó fuerzas de su alma, y gritando haciendo eco con sus manos, se dirigió a sus conciudadanos: “Si ya nada tenemos nada, lo haremos todo, pero ahora lo importantes es encontrar a los hijos de Altita, todos juntos vayamos a buscarlos”.
Ya entrada la mañana el único policía del municipio gritando los alertó de un gran milagro: los dos niños estaban vivos, se habían abrazado a las ramas de un árbol que el viento dejó intacto, y preguntaban por su mamá.
Cuando el Sr. Gobernador hizo acto de presencia con todos los picudos de las diversas dependencias, enalteció el trabajo de “Rupe” no sin antes recordarles que las alertas son para tomarlas en cuenta.
A Ruperto ya se le pasó el susto y ahora con la ayuda para los desastres, le van a construir un pueblo nuevo y muy en sus adentro el buen “Rupe” piensa que bien se puede llamar: San Ruperto.
Y así, dejando deslizar su magna imaginación se siente ya diputado: ¡Qué grande eres Ruperto! ¡Y cómo chingados no, voy a ir por la grande!

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