EL DIA EN QUE MÉXICO CAMBIÓ

CONCIENCIA CIUDADANA
    •    No creo que en mi México esté sucediendo lo que veo y escucho, parece como si fuera una pesadilla, pues en todos los días de mi vida no había visto tan cercana la posibilidad de que mi país estuviera tan cercano a un régimen militarista


Escribo estas notas cuando aún no ha concluido el debate sobre la Ley de Seguridad Interior en el Senado de la República. No se ha dado aún la votación final, pero está por demás esperarla para no enviar mi colaboración a Plaza Juárez. Sabemos perfectamente bien, como lo saben los senadores que se encuentran sesionando, que todo lo que se diga  contra de la aprobación de dicha ley, propuesta por el PRI y sus aliados por órdenes de Enrique Peña Nieto obedeciendo a la vez las exigencias del Ejército y la Marina,  será una tarea inútil. Escucho una tras otras las argumentaciones de los senadores que exigen no aprobarla, mandarla nuevamente a comisiones y redactar una ley racional, democrática, pacifista sobre la materia, las que parecen dirigirse a las paredes del recinto; mientras los legisladores oficialistas charlan, se burlan de quienes los enrostran; como la senadora Layda Sansores, que exige se cuenten a los senadores presentes, al ser visible la ausencia de la mayoría de ellos; petición que, desde luego, le es denegada.
Uno tras otro suben a la tribuna los senadores Dolores Padierna, Alejandro Encinas, Manuel Bartlett. Sus discursos son elocuentes, llenos de datos y argumentaciones sólidas pero la suerte está echada, el jueves 14 de diciembre de 2017, será aprobada la Ley de Seguridad Interior que abrirá al país a otro escenario nunca antes visto desde tiempos de la dictadura porfirista.
No creo que en mi México esté sucediendo lo que veo y escucho, parece como si fuera una pesadilla, pues en todos los días de mi vida no había visto tan cercana la posibilidad de que mi país estuviera tan cercano a un régimen militarista; al que nuestra generación creyó, hasta hace muy poco, algo imposible que volviera a pasar jamás en nuestro país; pues a pesar de padecer gobiernos corruptos y autoritarios en el pasado desde tiempos de la Revolución, ningún presidente se atrevió llegar a lo que Peña Nieto ha decidió,  echando abajo un orden civil que, para bien o para mal, nos ha regido desde hace más de 70  años.
Trato de entender si la clase política mexicana es consciente del grado de descomposición política y moral necesaria para aceptar que esto suceda sin importarle ya no su credibilidad social–que les tiene sin cuidado salvo a la hora de las elecciones; sino la que de sus hijos, nietos, hermanos o padres, si es que los tienen. ¿Con qué cara les dirán mañana lo que hoy aprobaron, explicándoles que desde ahora podrán ser detenidos sin necesidad de orden judicial alguna; que pueden desaparecer sin volver a ser vistos como sucedió a los estudiantes de Ayotzinapa o ser liquidados en un real o supuesto enfrentamiento con las fuerzas del orden sin posibilidad de ser encontrado, todo al amparo de la ley?  Me pregunto y me pregunto y no puedo encontrar una respuesta convincente.
Hoy todo lo miro absurdo; las calles por la que circulan vehículos todavía parecen tranquilas mientras camino por ellas. ¿Podrán mis hijos y mis nietos contar con esta paz cuando desde los cuarteles se considere que en su ciudad no existan las condiciones de seguridad suficiente imponiendo el orden armado con la aprobación o sin ella de las autoridades civiles locales?  ¿Qué pensarán los gobernadores quienes desde hoy tendrán que tratar a los comandantes militares como sus superiores en materia de seguridad a riesgo de ser puestos en la lista negra, viéndose obligados a permitir operaciones militares aún sin su aprobación bajo el argumento de amenaza a la seguridad interior en el territorio que gobierna sin que él lo haya solicitado?  ¿Será que como en los hechos ya sucede tal situación, les tiene sin cuidado someterse a ese poder, igual que lo hacen legisladores como Emilio Gamboa quien tildó de “mentirosos” a académicos, juristas, defensores de los derechos humanos, rectores, sacerdotes o agencias internacionales como la ONU, quienes coinciden en que la aprobación de dicha Ley podría desatar un infierno de proporciones incalculables? ¿Será que a los gobernantes les tiene sin cuidado porque una gran parte de ellos no viven en las entidades que gobiernan y con frecuencia mantienen a sus familias lejos de México para alejarla de las consecuencias de sus propias arbitrariedades?
  Los legisladores que han llegado a apoyar la propuesta oficial no parecen ser tan responsables; durante un momento desaparecen del recinto la mayor parte de ellos, lo que aprovecha la senadora Sansores para exigir al presidente de la mesa directiva, el senador panista-priista Cordero que suspenda la sesión por falta de quórum, pero éste viendo el peligro, solicita abrir el tablero para permitir que por 90 minutos los ausentes puedan regresar y pasar lista.
Ajena al drama del Senado, e indolente para hacer frente a un peligro de las dimensiones de la Ley de Seguridad Interior la sociedad mexicana no aparece en la escena; agobiada por el desempleo, el sueldo que no alcanza para nada, lo difícil que es vestir o enviar a la escuela a los muchachos como para estar pensando todavía en lo que, en un mundo  separado por años luz de distancia, hacen unos señores y señoras a  las que les llaman “senadores” o “diputados” que poco o nada tienen que ver con su realidad cotidiana.
En otro país-pienso- la sociedad ya estaría en las calles, levantada, rodeando los edificios públicos y tomando las calles tratando de detener la pérdida de sus libertades cívicas. Pero por lo visto México parece ser de otro mundo, aunque en realidad solo sea una nación que jamás ha podido salir de su condición colonialista; una sociedad sometida, nacida para “callar y obedecer” y no meterse en los altos asuntos del estado, como lo diría un virrey de la Nueva España a sus remolones súbditos.
A pesar de todo, mi optimismo congénito se niega a morir, porque a pesar de la embestida mediática que acompaña a la propuesta oficialista la semana comenzaron a acercarse al Senado unos cuantos ciudadanos para denunciar el golpe legislativo que se fraguaba, gracias sobre todo, a la febril actividad del líder social Gerardo Fernández Noroña. De repente, esta semana artistas famosos, académicos, rectores y hasta los cacas grandes de la conferencia episcopal mexicana  (CEM) comenzaron a levantar la voz alertando de los peligros contenidos en el proyecto peñista; a los que se agregaron las opiniones de comisionados de derechos humanos de la ONU y otras instituciones, quienes fueron recibidos por una comisión de Senadores para hacer oír sus demanda. ¡La protesta había ganado la agenda pública!  
Pero nada, solo se trató de una argucia politiquera, la decisión está tomada y no habrá poder humano que la eche abajo; hoy habrá ley cueste lo que cueste, sin pensar siquiera  en la reacción del  viejo  tigre adormilado, paralizado por sus fantasmas y entumecido de apatía que un día despertará sorprendiendo a propios y extraños con su furia incontenible. Eso creo y no dejo de pensarlo. Y RECORDEMOS QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS, CON LEY O SIN LEY.  

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