El descongelamiento del sistema de partidos

    •    Obtener 53% de los sufragios en un sistema de tres partidos es un resultado de gran magnitud para Morena y para los partidos perdedores. Sin embargo, la relevancia no radica en la proporción del triunfo electoral, sino en el cambio del espacio político dominante

Juan Russo

Las elecciones del 1 de julio han marcado el descongelamiento del sistema de partidos en México. Desde 1988, cuando nació un sistema de tres partidos (Frente Democrático Nacional, después Partido de la Revolución Democrática, Partido Acción Nacional y Partido Revolucionario Institucional), hasta ahora; es decir, tres décadas, el electorado permaneció en un espacio político congelado: el del centro derecha. Prueba de esto fue la continuidad de las políticas económica y social. Desde los años 80 el bloque político dominante en México fue inalterable a nivel nacional. La trascendente alternancia de 2000 fue importante, porque por primera vez el partido hegemónico perdió y cedió la Presidencia a otro partido. Pero, en términos de sistema de partidos, se trató sólo de una variación en el mismo espacio ideológico.
Obtener 53% de los sufragios en un sistema de tres partidos es un resultado de gran magnitud para Morena y para los partidos perdedores. Sin embargo, la relevancia no radica en la proporción del triunfo electoral, sino en el cambio del espacio político dominante. Si se observa la evolución de las preferencias por partido y bloque político, se ve que en 1994 el bloque de centro derecha (PRI/PAN) sumó alrededor de 75% de las preferencias, mientras el bloque de centro izquierda (PRD), poco más de 16%, cifras muy similares a las de 2000 (78% de PRI/PAN y poco más de 16% de PRD). Las elecciones de 2006 fueron una disputa entre el centro derecha y el centro izquierda, y si se piensa en términos de partidos, el país quedó dividido en dos mitades entre los dos primeros partidos, pero si se piensa en términos de bloques políticos, el centro derecha (PAN/PRI) obtuvo cerca de 60%. En esa elección fue claro el crecimiento de la opción centro izquierda (de 16% en 1994 y 2000, a cerca de 40%), aunque en la siguiente elección (2012) el centro derecha, encabezado por el PRI, reuniera a más de 60% de apoyo duplicando al centro izquierda (con poco más del 30%). La etapa de congelamiento de tres décadas ha tenido como beneficio la estabilidad y como costo el estancamiento en la solución de los problemas de México.
El abrupto deterioro de la seguridad, así como la percepción de cinismo y creciente impunidad de la clase política en el gobierno, depreciaron el valor de la estabilidad y produjeron el hartazgo. La idea de cambio dominó en esta última campaña política.
Ese mismo cambio que en las campañas de 2006 y 2012 indujo temor, si no espanto, en 2018 fue percibido como una oportunidad de mejora. En 2000 el electorado puso una prueba de fuego al orden político anterior con la alternancia de partidos, pero en términos del carácter de los intereses, la prueba de fuego al orden político y social se ha puesto en 2018 con la alternancia de bloque de partidos.
En México el contrato democrático era incompleto, pues un firmante estuvo hasta ahora ausente. Es de esperar que la legitimidad y el servicio de la democracia sean ahora mayores para la sociedad.
López Obrador se presenta como un líder de izquierda que propone fortalecer la República: su principal bandera es el combate a la corrupción. Ha logrado un enorme apoyo, pero al mismo tiempo polariza. Por ello su primer desafío es lograr que la etapa de gobierno dividido que México dejará atrás no se convierta en una nueva etapa de sociedad dividida con proyectos polarizantes. Por ello su esfuerzo estará centrado, como anunció, en lograr un gran consenso sobre la nueva dirección política del próximo sexenio.
¿Cambiará México? Desde que inició la ola de democratización en la región, a mediados de los 80 en el Cono sur, México fue uno de los países de mayor continuidad política. Cambiar siempre que sea muy gradual y cambiar muy poco parece ser lo que mejor describe el proceso de cambio político mexicano.
La oportunidad, y por supuesto también el riesgo, está en manos ahora del centro izquierda: reconstruir el Estado democrático, devolviendo la legitimidad y la confianza (en un país con 97 % de delitos no denunciados); sensibilizar a las élites respecto de una democracia para todos (en un país con una de las primeras 15 economías del mundo y con 60% de pobres), para mencionar sólo dos; en fin, convertir a México en una democracia social con ciudadanos plenos, son desafíos de una envergadura ciclópea. ¿Podrá esto lograrse?
Imaginando viento a favor y frecuentes aciertos en las decisiones del próximo gobierno, mucho se habrá logrado si se alcanza no el logro pleno de los objetivos señalados, sino hacer del nuevo rumbo una política de Estado.

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